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Allí apenas se veía, porque la única luz era la de un candil atado en la otra estancia a una tomiza que pendía de una viga del techo; pero el de la carátula vio el bulto de un hombre que se precipitaba sobre él, y le dijo: ¡Tente o mueres! Y le apuntó con el trabuco. Todo ello fue con rapidez maravillosa.

En Galípoli, aunque lejos, se sintió el ruido y voces confusas, con que los nuestros tomaron las armas, y quisieron salir á reconocer la campaña, y certificarse del daño que temian; pero Berenguer de Entenza y los demás Capitanes detuvieron el ímpetu de los soldados, que en todo caso querian que se les diese franca la salida; y como la obediencia de aquella gente no estaba en el punto que debiera, no se atrevió Berenguer á enviar algunas tropas á batir los caminos, y tomar lengua, porque temió que tras de ellas seguiria el resto de la gente, y quedaria Galípoli sin defensa, de cuya conservacion pendia la salud comun.

¡Es claro, se muere! ¿Quién le ha dado esto? preguntó. ¡No , Octavio! Hace un rato sentí ruido... Seguramente lo fué a buscar a tu cuarto cuando no estabas... ¡Mamá, pobre mamá! cayó sollozando sobre el miserable brazo que pendía hasta el piso. Nébel la pulsó; el corazón no daba más, y la temperatura caía.

La embarcación hizo rumbo a la torre, y al llegar cerca de ella desvióse hacia una playa inmediata, chocando su proa en el fondo de grava. El viejo amainó la vela y aproximó la embarcación a una roca aislada en medio de la playa, de la cual pendía una cadena. Amarró a ella la barca, y luego saltaron a tierra él y Jaime.

Había en aquel sencillo hábito, en aquella toquilla, en aquel escapulario azul, en aquella cruz de oro que pendía de vuestro cuello, una cosa que decía: «Ved que con lana y lino puede parecer una mujer mejor ataviada que otra con ropas, encajes y brocadosEra, además, vuestra mirada ardiente, grave, fija; vuestra palabra, sonora; vuestro discurso, apasionado. Yo me enamoré de vos.

Una de las manos, prodigio de finura, descansaba en el regazo; la otra pendía fuera de la butaca. El fuego la envolvió también en una mirada larga que prestó á su rostro mayor trasparencia. El conde de Trevia vino silenciosamente á sentarse en la otra butaca y quedó mirándola fijamente. El aya no apartó los ojos de la lumbre. Ya estoy aquí dijo con impaciencia al cabo de un rato de contemplación.

Yo las llorando como unas Magdalenas y soplándose las palmas de las manos, escaldadas por aquel fatídico instrumento de cinco agujeros que pendía de fatal espetera en el despacho de D. Paco. Las pobrecillas estuvieron a moco y baba todo el día.

La espesura vegetal y agreste del techo, daba abrigo a innumerables pajarillos, alegres y satisfechos con tener allí ocultos sus nidos, mientras que el buey giraba con lento paso, haciendo resonar la esquila que le pendía al cuello y cuyo silencio indicaba al hortelano que el animal disfrutaba el dulce far niente.

Era necesario ver la multitud que se apretujaba bajo los pórticos de la iglesia, las jóvenes con su corpiño escarlata bordado de azul y con sus cofias, las viejas con sus capas que las tapaban por completo, los hombres con sus birretes negros, de los que se escapaban largos cabellos que caían hasta su ancho cinturón de cuero, del que pendía un largo cuchillo.

El aparejo, antes rígido y tirante, pendía flojo y desmayado. Tiraron de él y salió a la superficie el anzuelo, pero roto, partido por la mitad, a pesar de su tamaño. El compadre meneó tristemente la cabeza. Antonio, ese animal puede más que nosotros. Que se vaya, y demos gracias porque ha roto el anzuelo. Por poco más vamos al fondo.