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Actualizado: 3 de mayo de 2025


Hasta aquí sabía don Pascual, y hasta aquí supo don Andrés, sin llegar a saber lo del pagaré ni la visita de Juanita a don Paco, que fueron sucesos posteriores y que don Pascual ignoraba. Don Andrés, por experiencia propia, no era muy inclinado a creer en la virtud de las mujeres. No tenía tampoco motivo alguno para hacer de Juanita una excepción honrosa.

Entró en ella, y á los pocos pasos vió una puerta, á cuyos lados había pintados racimos alegóricos y unas botellas que indicaban muy claro que aquello era taberna. "Aquí es", dijo, y se acercó. La puerta estaba abierta, y dentro había dos mujeres y un hombre. Preguntó si vivía allí un tal Pascual, tabernero, casado con una tal Pascuala. Aquí no hay nengún Pascual dijo una de las mujeres.

¿Y sabe usted si ha parío la mujer de Antón Telares, hermano de mi novio Pascual, con quien me voy á casar la semana que entra, si Dios me ayuda? No , hermana; no conozco á esa gente. Pero diga usted, ¿por qué ha ido Ciara á vivir con esas señoras? ¡Ah! dijo la alcarreña riendo con mucha gana: no me acordaba de que era usted su novio.

A poco, al lado del S, salió una indiada de nacion Atalulá, de unos 60 de toda chusma, de la reduccion de Macapilo, y su ladino se llamaba Pascual. Enterado de sus apostasias, exhortéles con amor fuesen á su reduccion: y me respondieron, que al regreso de su cura, el P. Fray Antonio Lapa, del órden seráfico, tenian tratado su vuelta.

Había aprendido también Juanita algo de geografía y de historia; y ya, cuando apenas tenía nueve años, recitaba con mucha gracia varios antiguos romances y no pocas fábulas de Samaniego. Tiempo hacía que don Pascual no visitaba a Juanita ni a su madre. Primero, las frecuentes visitas de Antoñuelo le habían espantado.

Así lo hace, apareciéndosele entonces el dios Neptuno, que la hace volver á su casa, después de revelarle que ella y no otra, es la buscada Florentina, y Justo, hijo de Pascual Crespo; y concluye favoreciendo el casamiento de ambos. Esta fábula, seca y desabrida, manifiesta bien á las claras la falta de gusto de Lope de Rueda.

No iba el cura por culpa de la impiedad con que allí se hablaba; pero iban el médico, dos o tres concejales, el propio señor alcalde, varios de los mayores contribuyentes y don Pascual, el maestro de escuela. Don Policarpo comentó el sermón de aquel día con maliciosa agudeza, sosteniendo irónicamente que el padre tenía razón. Si, señores dijo ; ya no hay bienes de la Iglesia que repartir.

Pascuala se presentó y al ver que había allí una mujer y que estaba en brazos de su marido, dió á éste en la cara un mojicón, que, á ser más fuerte, no le dejara con narices. No fuí yo contestó Pascual: fué ese dimomio de Chaleco. fué él, que la ha traído y la tenía escondida, señora Pascuala, declaró Tres Pesetas con uno de sus frecuentes rasgos de malicia.

La pobre llegó esta mañana y se desmayó dijo Pascuala. Está, muy malita; todavía no ha hablado palabra, si no es pa delirar. Vino que no se podía tener, toda mojada, temblando de frío, y las lágrimas le corrían por la cara abajo. ¿Dónde está? Allí, en mi alcoba y en mi cama. Pascual se quedó en el desván y yo en el suelo, al lado de ella.

D. José Antonio Conde en su Historia de la dominacion de los árabes, etc. Dice que se hallaba á cinco millas de Córdoba, Guadalquivir abajo. Es esta dehesa propiedad de los marqueses de Guadalcázar, no sabemos desde cuándo. Nuestro citado amigo D. Pascual de Gayangos, que tradujo del árabe en correcto idioma inglés la historia de Al-Makkarí para la Sociedad asiática de Lóndres.

Palabra del Dia

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