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Actualizado: 3 de mayo de 2025
Siga lo que iba contando: después sabremos lo que hace el señor Pascual dijo Lázaro, impaciente por las digresiones de la criada. Pues decía que el melitarito, ofreciéndome dinero, quería colarse aquí. ¿Y entró?... Espere usted y seguiré contando. No pasaba de la esquina, y el amo le alcanzó á ver algunas veces. Porque el amo, aunque parece que no ve nada, lo oserva todo. Y ella, ¿qué decía?
Si el Rey tuviera á su lado Un hombre como yo, creo Que mirando por su fama Y por la quietud del reino, Que muy en breve Sevilla Refrenara su ardimiento. Don Pedro lo oye con la mayor atención y complacencia. La llegada de algunos caballeros de su séquito revelan á Juan Pascual cuál es la persona, á quien ha hablado con tanta libertad.
Don Paco, después de vagar en la soledad por espacio de dos días y después de tantas penas, emociones y lances, anheló para desahogo confiarse por completo con alguien. ¿Y con quién mejor que con el maestro de escuela, hombre de bien, sigiloso y tan excelente y desinteresado amigo, primero de Juanita y de él más tarde? La mujer del alguacil fue, pues, a llamar a don Pascual de parte de don Paco.
Don Pascual sostenía, además, que Juanita no había provocado la audaz acometida de don Andrés, a la que daba por única causa el engreimiento del cacique y su convicción de que todo había de rendirse a su voluntad y ser propicio a su deseo. No bien se enteró Juanita de todo esto oyendo hablar al maestro de escuela, procuró que terminase la visita y que este se fuera.
Traen a bautizar dijo el Cojuelo un regidor muy rico, de un lugar aquí cercano, de edad de setenta años, que se viene al don por su pie, porque sin él le han aconsejado sus parientes que no cae tan bien el regimiento. Llámase Pascual, y vienen altercando si sobre Pascual le vendrá bien el don, que parece don estravagante de la iglesia de los dones.
Querido Antonio: He leído en La Voz de Monóvar que acabas de llegar a ésa. ¡Qué malo que estoy, hijo mío, y cuánto me alegraría de poder abrazarte! Te espero mañana en el correo. El mal del cerebro ha apretado, y todo se pierde. No tengo ilusión de nada. ¿Qué han hecho de mí? Tu infortunado tío, Pascual Verdú.» A las once, en el correo, Azorín ha recibido otra carta de Verdú. «Petrel...
¡Ay niña, con qué tiquis miquis y sutilezas te me descuelgas! ¡Cómo se conoce el saber de que don Pascual te ha atiborrado la mollera! Si parece cuanto dices tomado de esos libros que don Pascual te da a leer. Pero, en fin, ¿qué contestamos a la carta de don Paco? Yo haré lo que tú desees, porque el asunto más importa a ti que a mí y porque tú sabes más que Lepe.
Al pasar por San Pascual santiguóse Currita muy de prisa, y Jacobo, oprimiéndola el brazo cariñosamente, dijo en son de burla: ¡Tonta!... Llegaban al ministerio de la Guerra, y allí Currita se tranquilizó más todavía, porque comenzaba a poblarse aquella soledad que la aterraba.
Estos espiritualistas eran tres, tres nada más al menos, puros de toda mácula: Moreno Nieto, que murió sobre el trabajo; Hinojosa, que luego ha sabido encontrar el espíritu en los presupuestos, y Pascual Verdú, que ahora vive solo, desconocido, enfermo, torturado, en ese pueblecillo levantino. Le llama «el fácil y apasionado señor Verdú». ¡El fácil y apasionado señor Verdú!
Sí; indudablemente, éste es el señor amable, éste es el señor voluble, éste es el señor ardoroso que recitaba versos aquel día, allá en mi niñez, en una sala húmeda con una sillería de reps verde. La carta que Azorín ha recibido de Pascual Verdú dice así: «Petrel...
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