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Actualizado: 3 de octubre de 2025


Vamos a ver si aún está esa gente en el café y quiere jugar unos chapósSacó un magnífico cigarro habano de la petaca, lo encendió, y chupándolo voluptuosamente, se fué acercando, poco a poco, al café de la Marina. Casi a la misma hora pasaba en casa de Belinchón una escena triste.

Pero esto pasaba, y el irlandés volvía á su habitual tarea, haciendo todas las protestas que sus amigos le exigían.

Don Josef pasaba la vida clamando contra todo lo que lo rodeaba: contra el país, contra sus hombres, contra las mujeres, contra los muchachos y contra don Pío, a quien tenía en poca cuenta en las situaciones normales.

Lo que nosotros dirémos de los franceses será un retrato tan al natural, un retrato tan candorosamente parecido, que no habrá persona, por poco instruida que esté en materia de caractéres nacionales, que no eche de ver por instinto que hablamos de Francia, aunque nosotros supusiéramos que la escena pasaba en la Nigricia.

Podían jugar con un regocijo gimnástico de adolescentes por aquellos jardines que envidiaban los curiosos pegados á la verja; podían romper en sus carreras las plantas raras traídas del otro lado del planeta, saltar de roca en roca en busca de los pececillos que dejaban las olas en los minúsculos lagos de las oquedades de la piedra, hasta que sus fracs quedasen bien mojados y sus zapatos rotos, para desesperación del coronel, que todos los días pasaba revista á su gente.

Cuando esto le pasaba, el P. Gil se mesaba los cabellos y se mordía las manos; metía la frente por la almohada, a ver si lograba paralizar su pensamiento. Se horrorizaba de mismo. Después del lamentable suceso que privó a D. Miguel de licencias para confesar y decir misa, quedó él al frente de la parroquia.

Lo propio pasaba con su modo de vivir; no invitaba nunca a nadie a que salvara su umbral, y no salía nunca a vagar por la aldea para beber un jarro de cerveza en la taberna del Arco Iris o charlar en casa del carretonero.

El procurador pasaba cerca de ellos como el soplo de la Providencia. El rostro y los ademanes del señorito no correspondían en un todo á la materia de la conversación. Decía todas sus frases en tono tan insinuante y se mostraba tan turbado, que cualquiera podría creer, observándole de lejos, que estaba haciendo una declaración de amor. Siempre le pasaba lo mismo cuando hablaba con las mujeres.

En fin, aunque el Comendador y Lucía no se hubieran dado, ni hubieran querido darse cuenta de lo que les pasaba, Clara y D. Carlos les hubieran hecho reflexionar, pensar en ellos mismos y despejar la incógnita. El Comendador y Lucía, á pesar de la diferencia de edad, estaban perdidamente enamorados el uno del otro.

Dios os guarde, camaradas. ¡Una mujer, por vida mía! dijo al ver á la tía Rojana, que en aquel momento pasaba junto á él con un par de jarros rebosantes de cerveza. ¡Salud, prenda! y rodeando con su brazo el talle de la ventera, estampó dos sonoros besos en sus mejillas. ¡Ah, c'est l'amour, madame, c'est l'amour! tarareó.

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