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Actualizado: 3 de mayo de 2025
Cuando pasaba un nuevo gobernador camino de su ínsula, un obispo en gira pastoral, o los señores de la Real Chancillería, la casa del alférez era su posada, y los viajeros no tenían gran prisa en partir, como si los encantase la belleza y el señorío de Misiá Rosa, cuya fama había salido a su encuentro a muchas jornadas de camino.
Así pasaba las horas, recordando romanzas de su juventud, casi ignoradas por la generación que había seguido á la suya, ó repitiendo la música que era de moda cuando ella huyó de París. Muchas veces, entusiasmada por estas evocaciones del pasado, sentía la necesidad de unir su voz á la del instrumento.
Rosalía pasaba a la vivienda de Doña Tula, y rara vez faltaba Pez al chocolate de las seis y media.. Allí se encontraban otras personas muy calificadas de la ciudad, como la hermana del intendente, un señor capellán a veces, el oficial segundo de la mayordomía, el inspector general, el médico y otros.
Luego vió á su padre, el general, sombríamente bondadoso, diciendo con su voz ronca: «El fuerte debe ser bueno...» Al pensar en el padre, su pistola se desvió un poco, pero inmediatamente rectificó la puntería. Un tren pasaba por su imaginación con lentitud. Soldados franceses. Vió á Castro y al rojo insolente que le ofrecía un lugar.
El resto della concluían sayo de velarte, calzas de velludo para las fiestas, con sus pantuflos de lo mesmo, y los días de entresemana se honraba con su vellorí de lo más fino. Tenía en su casa una ama que pasaba de los cuarenta, y una sobrina que no llegaba a los veinte, y un mozo de campo y plaza, que así ensillaba el rocín como tomaba la podadera.
De pronto, sin pensarlo, dile una respuesta airada. No me contestó. Quedóse triste y melancólico. Vi todo lo que pasaba por su espíritu; me pareció que su amor y la alegría, dimanada de este mismo amor, se derrumbaban; que ya no me querría nunca como siempre me quiso. ¡Ay, Dios mío! ¡qué pena! ¡qué angustia!
En el presidio, sus costumbres habían causado asombro. Dedicado por afición al estudio de la Medicina, servía de enfermero a los presos, dándoles su comida y sus ropas. Iba haraposo, casi desnudo; cuanto le enviaban sus amigos de Andalucía pasaba inmediatamente a poder de los más desgraciados.
Deseaba que el poderoso sol se filtrase por la lona del toldo y me abatiese, aniquilase mi conciencia, me transformase en una piedra, en una planta, en algo que no pensase ni sintiese. Comprendía que mi actitud y mi semblante denotaban demasiado claro lo que pasaba en mi espíritu, que me estaba poniendo en ridículo. Nada me importaba.
Los caballos siguieron, oyendo aún palabras cortadas: ... reir! ... veremos. Dos minutos más tarde el hombre rubio pasaba a su lado a trote inglés. El malacara y el alazán, algo sorprendidos de aquel paso que no conocían, miraron perderse en el valle al hombre presuroso. ¡Curioso! observó el malacara después de largo rato. El caballo va al trote y el hombre al galope. Prosiguieron.
Entendía don Pedro el honor conyugal a la manera calderoniana, española neta, indulgentísima para el esposo e implacable para la esposa. Y a él que no le dijesen: Rita no estaba sin algún enredillo.... Acerca de Carmen y Manolita no necesitaba discurrir, pues bien veía lo que pasaba. Pero Rita....
Palabra del Dia
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