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Actualizado: 26 de junio de 2025
Salgo a la calle un poco disgustado, como cualquier otro orador en el mismo caso, y sigo mi camino, no sin volver repetidas veces la cabeza hacia el balcón. A los treinta o cuarenta pasos observo que está la niña asomada, y me paro y la envío una sonrisa y un saludo ceremonioso. Esta vez contesta, aunque ligeramente, pero se apresura a retirarse. ¡Cuidado que era linda aquella niña!
Pero tampoco en Los Ángeles estaba su reposo, y no paró hasta tres cuartos de hora más allá, en el pueblo de Hollywood, donde se fabrican la mayor parte de los films que entretienen á la humanidad presente. Admiró la fresca hermosura de una población creada en pocos años, por la necesidad de sol y de cielo límpido que tiene la cinematografía.
Caían ya oblicuamente los rayos del sol en los zarzales y setos, y un peón caminero, en mangas de camisa, pues tenía su chaqueta colocada sobre un mojón de granito, daba lánguidos azadonazos en las hierbecillas nacidas al borde de la cuneta. Tiró el jinete del ramal para detener a su cabalgadura, y ésta, que se había dejado en la cuesta abajo las ganas de trotar, paró inmediatamente.
¿En presencia de una dama? dijo señalando a la muchacha. ¡Qué cosas tiene Vuestra Majestad! Entonces, furioso, sin saber lo que hacía, corrí hacia él. Pareció vacilar un instante, pero después refrenó el caballo y me esperó. Continué mi carrera, enloquecido, así las riendas y le dirigí una estocada, que paró, devolviéndome el golpe.
El pinche se paró de golpe en la acera, abrió tamaños ojos, miró a las dos hermanas con aire de asombro y les lanzó valientemente al rostro esta simple palabra: ¡Cáspita!
Durante muchos días no nombró a su mujer, hasta que una noche, yendo de paseo con Juan Pablo por las calles, se paró y le dijo: «¿Me quieres hacer creer que se ha muerto?... ¡Qué tontería! En ese caso, ¿por qué no nos vestimos de luto?». ¡Qué atrasado de noticias estás! ¿No sabes que hay ahora una ley prohibiendo el luto? ¡Una ley prohibiendo el luto!
Y fingiendo indignación, volvió el gitano la espalda al comprador como si diese por fracasado todo arreglo; paro al ver que Batiste se iba verdaderamente, desapareció su seriedad. Vamos, señor... ¿cuál es su gracia?... ¿Batiste? ¡Ah! Pues mire usted, señor Bautista: para que vea que le quiero y deseo que esa joya sea suya, voy á hacer lo que no haría por nadie. ¿Conviene en treinta y cinco duros?
Pues... tan dulce que... Después vino andando, andando hacia acá y se puso allí, delantito. Pasó por entre vosotras y vosotras no la veíais. Yo sola la veía... No traía el niño Dios en brazos. Dio dos o tres pasitos más y se paró otra vez. Mira, ¿ves aquella piedrecita?, pues allí... y me estuvo mirando... Yo no podía respirar.
El fuego pasó adelante sin hacer el menor daño en la casa donde se habían recogido, y ellos lo tuvieron induvitablemente por milagro, porque la dicha casa estaba en el centro del lugar y todas las otras se redujeron á ceniza. Ni paró aquí el prodigio, porque acercándose el fuego á la segunda Ranchería puso á sus moradores en gran espanto; mas los cristianos echaron luego mano del remedio.
8 Y cuando Eliseo, varón de Dios oyó que el rey de Israel había rasgado sus vestidos, envió a decir al rey: ¿Por qué has rasgado tus vestidos? Venga ahora a mí, y sabrá que hay profeta en Israel. 9 Y vino Naamán con su caballería y con su carro, y se paró a las puertas de la casa de Eliseo.
Palabra del Dia
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