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Actualizado: 11 de junio de 2025
Rióse mucho al otro día la condesa de Albornoz al oír contar a su hijo Paquito sus extrañas aventuras de la noche precedente: al verse solo, a oscuras, vestido y acostado en una cama que no era la suya del colegio, comenzó el niño a gritar lleno de angustia, sin que nadie contestase a sus lamentos.
En la ventana del gabinete de la izquierda se había instalado Paquito con todo el fárrago de su biblioteca, papelotes y el copioso archivo de sus apuntes de clase, que iba en camino de abultar tanto como el de Simancas.
No, hija mía, no, ¡bendita seas!... no me duele nada... soy muy feliz... lo único que tengo es sueño... se me cierran los ojos sin poderlo remediar... Pues por nosotros no dejes de dormir, Juan, dijo Santiago. Sí, tiíto, duerme, duerme dijeron a un tiempo Manolita y Paquito echándole los brazos al cuello y cubriéndole de caricias... Y se durmió en efecto. Y despertó en el cielo.
Después de publicar el grandioso manifiesto de «Montecristi» de despachar el barco expedicionario para Maceo, de vencer cuantas dificultades le salieron al camino, se embarcó, en unión de cinco compañeros, Máximo Gómez, Paquito Borrero, Ángel Guerra, César Salas y Marcos del Rosario, en un vapor alemán que había llegado de paso a Cabo Haitiano, y que según la promesa de su Capitán a Martí, los conduciría cerca de las costas de Cuba y les cedería un bote para llegar a tierra.
Y se puso a bailar un minueto. Vaya exclamó D. Paco, echándosela de benévolo, pero afectando mucha seriedad les perdono lo que ha pasado si se acaba este jaleo, y va cada una a su puesto. La señora viene. Inés continuaba en la reja atisbando afuera, y también a ratos decía: ¡Que va a llegar! Presentación volvió a cantar, y luego dijo: Paquito de mi alma, si bailas conmigo te doy otro beso.
Cuando Paquito Luján llegó a su casa comenzaba a oscurecer, y la escalera y el vestíbulo estaban ya completamente iluminados: cuatro grandes estatuas desnudas, de mármol blanco, alumbraban este y aquella, elevando sus manos artísticos candelabros de bronce con seis mecheros.
Gracias que saliese de allí una corbata para Paquito y otra para el excelso pescuezo del ratoncito Pérez.
Vegallana tenía una gran pasión: la de «tragarse leguas», o sea dar paseos de muchos kilómetros. Le aburrían las intrigas de politiquilla. Era cacique honorario; el cacique en funciones, su mano derecha, Mesía. Don Álvaro era al Marqués en política lo que a Paquito en amores, su Mentor, su Ninfa Egeria.
Levantados los manteles, se apagaron las luces, y encargado Paquito de dar a su papá las medicinas que tomaba más tarde, la cabeza de la ilustre dama buscó descanso en las almohadas. El sueño, no obstante, vino tarde, tras un largo rato de cavilación congestiva.
¡A que no le das tu cama, Paquito! dijo Santiago, pasando a la alegría inmediatamente. ¡Si no quepe en ella, papá! En la sala hay otra muy grande, muy grande, muy grande... No quiero cama ahora, interrumpió Juan... ¡me encuentro tan bien aquí! ¿Te duele el estómago como antes? preguntó Manolita abrazándole y besándole.
Palabra del Dia
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