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Actualizado: 15 de junio de 2025
Al oír la campanilla, acudió la chica dando traspiés y restregándose los ojos. Doña Lupe no dijo más que: «a la cama todo Cristo». Era muy tarde y Papitos tenía que madrugar. El sobrino y la cocinerita entraron sin hacer ruido en sus respectivas madrigueras, como los conejos cuando oyen los pasos del cazador. vii
Papitos, después de asombrarse mucho de la solemnidad con que el señorito hablaba y de las cosas incomprensibles que le decía, empezó a aburrirse.
Ya recomendaba en voz baja a Fortunata que no estuviese tan displicente con doña Silvia; ya corría al comedor a disponer la mesa; ya se liaba con Papitos y con Patricia, y parecía que a la vez estaba en la cocina, en la sala, en la despensa y en los pasillos. Creeríase que había en la casa tres o cuatro viudas de Jáuregui funcionando a un tiempo.
En el rato que estuvieron solos, antes de que entrara Papitos con el servicio y la sopa, Maxi endilgó a su mujer algunas frases enteramente ceñidas al endiablado asunto que constituía su demencia. Fortunata le apoyó en todo, mostrándose muy penetrada de la urgencia de establecer, como realidad social, el principio de solidaridad de la sustancia divina.
Cuidado cómo te sales de un diario de dieciséis reales todo lo más... El día que sea conveniente un extraordinario, me lo avisas... Yo iré con Papitos a la plaza de San Ildefonso, y te traeré lo que me parezca bien... A Maxi le pones mañana dos huevitos pasados, ya sabes, y un sopicaldo. Los demás días su chuletita con patatas fritas. No compres nunca merluza en Chamberí. Papitos te la traerá.
Así está el país que es un dolor... todo tan perdido... ¡Hay más miseria...!, y las patatas a seis reales arroba, cosa que no se ha visto nunca». Púsose la viuda en movimiento con aquella actividad valerosa que le había proporcionado tantos éxitos en su vida, y Fortunata y Papitos quedaron encargadas de hacer el almuerzo.
La que me las va a pagar todas juntas es esa indecente de Papitos gritó él, dando algunos pasos hacia la cocina. ¡Papitos!, está en la compra. ¡Pobre chica!... Ea, ya estamos hartas. A ver si nos dejas en paz. Le encargaremos a Ballester que te amarre... Niño, niño, se acabaron las tonterías.
Un día hubo de decirle a Papitos, porque no le había limpiado las botas: «Vaya con la chiquilla esta... ¡Verás tú!». Y al salir de la casa sintió tal pena de haberse expresado con displicencia y ardor, que le faltaba poco para derramar una lágrima. «¡Cuándo se me quitará esta costumbre viciosa de ultrajar a los humildes!... ¿Qué más da que estén las botas con o sin betún?
«Chiquilla, ¿me das la mano del almirez? Esta bota tiene un clavo tremendo, pero tremendo, que me ha dejado cojo». Papitos cogió la mano del almirez, haciendo el ademán de machacar al señorito la cabeza. «Vamos, niña, estate quieta. Mira que le cuento todo a la tía. Me encargó que tuviera cuidado contigo, y que si te movías de la cocina, te diera dos coscorrones».
Yo no duermo nada, y sin embargo... Pero es preciso vigilar más todavía y no perder de vista ni un momento a mi mujer, a mi tía, a Papitos... Esta condenada Papitos es la que abre la puerta, y yo la voy a reventar». Fortunata creyó al fin que convenía hacer que despertaba.
Palabra del Dia
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