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Actualizado: 15 de junio de 2025


Papitos entró, y su ama le dijo que hiciera una taza de , porque tenía el estómago revuelto. La señora no se había quitado el manto ni los guantes; pero cuando se aligeraba, charlando, de la carga que en su espíritu tenía, pensó en mudarse de ropa. En la mano traía un lío. Eran varias cosillas que de paso compró para engolosinar a Maxi.

«¡Bah! exclamó apartando la vista de su hermano con un movimiento desdeñoso de la cabeza . No quiero oír sermones. Yo bien lo que debo hacer». Dijo, y levantándose se marchó a su cuarto. Bien, muy bien murmuró el cura quedándose corrido, mirando a doña Lupe y a Papitos, la cual se pasmaba de aquel mirar que parecía una consulta . Y qué mal educadito y que rabiosito se ha vuelto.

Pero el paso fue terrible, y los chillidos de Papitos se oyeron en toda la vecindad. Salió despavorida del cuarto del señorito, y él detrás, frío y resuelto, como si fuera a hacer la cosa más natural del mundo.

Doña Lupe le rogó varias veces que fuese a ver a Maximiliano, que continuaba encerrado en su cuarto, y le daban la comida por un tragaluz, no atreviéndose a entrar ni la señora ni Papitos, porque los aullidos que daba el infeliz eran señal de agitación insana y peligrosa.

Doña Lupe se olió la mano con que había estropeado impíamente el criminal flequillo. Al acercar la mano a su nariz, hízolo con ademán tan majestuoso, que es lástima no lo reprodujera un buen maestro de escultura. «Gorrina... me has pringado la mano... ¡Uy, qué pestilencia!... ¿De dónde has sacado esta porquería?». Me la dio el sito Maxi respondió Papitos con humildad...

Veía, pues, a Maximiliano con gusto, y aun se le hacían cortas las horas que en su compañía pasaba hablando de doña Lupe y de Papitos, o haciendo cálculos honestos sobre sucesos que habían de venir.

Cuando Maximiliano entró a almorzar, ya estaba Juan Pablo sentado a la mesa, y a poco llegó doña Lupe con una bandeja de huevos fritos y lonjas de jamón. Gozosa estaba aquel día la señora, porque Papitos se portaba bien, como siempre que había aumento de trabajo. «Es tan novelera esta mona decía , que cuando tenemos mucho que hacer parece que se multiplica.

Mirábale comer su tía con expectante atención, y cuando quedaban en el plato no más que seis o siete fresas, se lo quitaba de las manos diciendo: «Esto para Papitos que está con cada ojo como los de un besugo». La chiquilla se comía las fresas, y después, con los lengüetazos que le daba al plato, lo dejaba como si lo hubiera lavado. vii

Y voy a decirle a mi tía que necesito tomar una criada. Una chiquilla modosa y dispuestilla, así como Papitos, me vendría muy bien. ¡Sola todo el día en esta jaula!... ¡Ah!, gracias a Dios; ya siento el llavín de mi tía, que entra. ¿Será ella o será alguno que le ha quitado el llavín y viene a matarme?... Tía, tía, ¿es usted?». Yo soy, ¿qué se te ocurre?... Nada; ya estoy tranquila.

Entró por fin en casa. Enteramente trastornada, andaba como una máquina. No había nadie más que Papitos, a quien vio, mas no le dijo nada. Encerrose en su alcoba, tiró el manto y se echó en el sofá, dando un rugido. Después de revolcarse como las fieras heridas, se puso boca abajo, oprimiendo el vientre contra los muelles del sofá, y clavando los dedos en un cojín.

Palabra del Dia

rigoleto

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