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Actualizado: 15 de octubre de 2025


Sus carcajadas se oían desde la calle cuando repetía la adivinanza, sin que el otro la pudiera acertar. Maximiliano se rascaba la cabeza, aguzando su entendimiento; pero la solución no salía. Papitos le llamaba zote, bruto y otras cosas peores sin que él se ofendiera.

En aquellos días del año 1874, menudeaban los suplementos de periódico, manteniendo al vecindario en continua ansiedad. «Papitos dijo la señora , toma dos cuartos y bájate a comprar el extraordinario de la Gaceta. Veréis cómo habla de alguna buena tollina que les han dado a los tersos».

Cumplidas las sabias órdenes que había dado la directora de la casa, Fortunata salió con Papitos, y después de encaminarla a la compra, indicándole algunas cosas que debía tomar, separose de ella en la plazuela de Lavapiés para dirigirse a la calle Mira el Río.

¿En este? dijo la mona, bailando el zapateado en el limpia-barros del cuarto de la izquierda. Porque todos los pisotones de menos que le demos al nuestro, eso vamos ganando. ¿Sabe, señora, sabe?... agregó Papitos, que a pesar de venir sofocada de tanto correr, seguía bailoteando en el felpudo ajeno . ¿No sabe lo que hay allí?

Papitos, que aquella mañana había sido castigada porque trajo de la plaza una merluza muy mala, creyó que a su ama no se le había pasado el berrinchín, y temblaba mirándole las manos. Pero en el ánimo de doña Lupe se había disipado la ira correccional, a causa de los sentimientos de otro orden y del gran estupor que desde una hora antes reinaban en él.

Papitos hizo con la cabeza signos de inteligencia, y se sonreía la muy tunanta, pensando sin duda, ¡aquí que no peco!... en la cantidad de sal que le iba a echar a la merluza del señorito Nicolás.

La resistencia de él era puramente espasmódica, y mientras se defendía de los cuatro brazos que querían contenerle y arrancarle el cuchillo, decía con voz ronca: «Le siego el pescuezo y la...». Después se supo que Papitos tenía la culpa, porque le había irritado, contradiciéndole estúpidamente.

Traía Mauricia un mantón nuevo y a la cabeza un pañuelo de seda de fajas azul-turquí y rojo vivo, delantal de cuadritos y falda de tartán, y en la mano un bulto atado con un pañuelo por las cuatro puntas. «¿No está doña Lupedijo sentándose sin ninguna ceremonia. Ya le he dicho que no replicó Papitos con mal modo. No te he preguntado a ti, refistolera, métome-en-todo.

Al llegar a este punto, Papitos no entendió ni jota de lo que su señorito le decía... Era un lenguaje nuevo, como eran nuevas la expresión de él y la cara seria que puso. No ponía aquella cara cuando contaba los cuentos. «Porque verás continuó Rubín, expresándose con alma ; el amor es la ley de las leyes, el amor gobierna el mundo.

«¡Papitos...!» gritó la señora, y al punto se oyeron las patadas de la chica en el pasillo como las de un caballo en el Hipódromo. Presentose con una patata en la mano y el cuchillo en la otra. «Mira le dijo su ama con voz queda . Ten cuidado de ver lo que hace el señorito Maxi mientras yo estoy fuera. A ver si escribe alguna carta o qué hace».

Palabra del Dia

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