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Actualizado: 11 de mayo de 2025
Es preciso prohibirle la entrada». Fortunata había vuelto a cerrar los ojos. El niño callaba y se oían sus lengüetazos.
Mirábale comer su tía con expectante atención, y cuando quedaban en el plato no más que seis o siete fresas, se lo quitaba de las manos diciendo: «Esto para Papitos que está con cada ojo como los de un besugo». La chiquilla se comía las fresas, y después, con los lengüetazos que le daba al plato, lo dejaba como si lo hubiera lavado. vii
Los lengüetazos la despertaban sobresaltada, y con la tristísima impresión de que todo aquello era mentira, lanzaba un ¡ay!, y su marido le decía desde la otra cama: «¿Qué es eso, nenita?... ¿pesadilla?». «Sí, hijo, un sueño muy malo». Pero no quería decir la verdad por temor de que Juan lo tomara a risa.
Palabra del Dia
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