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Actualizado: 20 de junio de 2025
Soplaba la campana su ensordecedor rugido y subía recto por el espacio un surtidor que se abría en lo alto como una palmera roja, esparciendo plumas de luz, hojas azules, anaranjadas, de un rosa blanquecino, descendiendo después para apagarse antes de llegar al suelo.
La casa de Azorín tiene una fachada pequeña, jaharrada de albo yeso, con dos ventanas diminutas. Desde la esquina se divisa abajo, al final de la calleja, el boscaje de un huerto, una palmera que arquea blanda sus ramas, una colina que se perfila sobre el azul luminoso del cielo.
La señora me cogió por la mano, y al cruzar frente a Patón, que se había puesto más tieso, sacaba más el hocico y parpadeaba con rapidez, le dijo: «¿Eres tú el que elige mis invitados?» Me atrincheré, acurrucado en un rinconcito, debajo de una palmera, y como se suele decir, no perdí ripio de cuanto ante mí tenía. La reunión estaba ya completa.
Sospechaba que tal vez fuese una tontería, pero su afán por lo maravilloso la hacía sentir esperanzas, y como el que busca la curación al pie de imagen milagrosa, la pobre Borda pasaba los ratos de descanso al pie de la palmera, que la protegía con la sombra de sus punzantes ramas.
El hombre que no habla con mujeres se suele conocer en que habla mucho de la mujer en general; pero los amigotes de Ozores ni esto hacían; eran pinos solitarios del Norte que no suspiraban por ninguna palmera del Mediodía. Aunque Ana llegaba a la edad en que la niña ya puede gustar como mujer, no llamaba la atención; nadie se había enamorado de ella.
Los cadetes venían por la tarde a contemplarlo, siendo para ellos lo más notable de la Primada aquel coloso de carnes sonrosadas que, con el niño al hombro, adelantaba sus piernas angulosas, apoyándose en una palmera que parecía una escoba. La alegre juventud militar divertíase midiendo los tobillos con el sable y calculando después cuántos «sables» de altura alcanzaba el bendito coloso.
Y después añadió en voz más baja , cuando por medio de una flecha echaste una escala de seda en este jardín... ¡cómo temblaba mi mano al atarla al tronco de esa palmera! Mi mano temblaba también, Rosita.
Muchas veces, desde aquel sitio de la muralla, oíamos las lentas campanadas del Ángelus. Al anochecer tomaba la diligencia en una plazoleta próxima y me marchaba a San Fernando con el espíritu angustiado y lleno de una extraña amargura. Algunas veces he oído referirse a una poesía de un poeta alemán, creo que de Enrique Heine, en donde un pino del Norte suspira por ser una palmera del trópico.
Y como el abismo en que se arroja el río Bogotá, comunica con las llanuras de la tierra caliente, alguna palmera se adelanta hasta la cascada misma; circunstancia que permite decir a los habitantes de Santa Fe que la cascada de Tequendama es tan alta, que el agua salta de la tierra fría a la caliente.
El mismo hace constar la presencia de palmeras, plátanos y caña de azúcar en el valle inferior, y afirma que una que otra palmera avanza hasta el pie del abismo. ¿No son acaso esas plantas esencialmente características de la tierra caliente? ¿No necesitan para crecer, como los loros y guacamayos que revolotean a su alrededor, para vivir, de una temperatura superior a 25 grados centigrados?
Palabra del Dia
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