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Actualizado: 8 de mayo de 2025
A coronarnos, sí, pero de espinas; á descansar, sí, pero sobre una cruz. Aquí acabo, porque desde aquí deben comenzar los deseos de un Jesuita indiano. Pidamos á Dios y á su Madre Santísima que destierre de nuestro corazón todo otro afecto y no deje en él sino el ardientísimo deseo de padecer por amor de quien nos amó hasta dar por nosotros la vida.»
Don Jaime, aunque disfrutaba de las preeminencias y honores que correspondían a su elevada posición, no hacía, sin embargo, un papel muy airoso. Sobre su frente pesaba un estigma fatal, que le había hecho padecer mucho hasta que se fué acostumbrando.
La hija del tal, madre de la criatura, y de otra que enferma quedara en casa de una vecina, se había muerto dos días antes «de miseria, señora, de cansancio, de tanto padecer echando los gofes en busca de un medio panecillo». ¿Y qué hacía él ahora con las dos crías, no teniendo para mantenerlas, si para él solo no sacaba? El Señor le había dejado de su mano.
Con aquella pasión ardorosa, con aquel amor lleno de misterio y placer se había unido también la afición a la criatura. Pero los martirios que su cólera insensata le había hecho padecer abrió entre ellas un abismo. Josefina jamás amaría a su verdugo. La pobre niña, vestida con ricos trajes, vagaba sola por el palacio de Quiñones, sin hallar en nadie ternura. Amalia huía, de ella.
Juanito acabó por declararse a sí mismo que más sabe el que vive sin querer saber que el que quiere saber sin vivir, o sea aprendiendo en los libros y en las aulas. Vivir es relacionarse, gozar y padecer, desear, aborrecer y amar.
Todo hombre tiene un destino que cumplir sobre la tierra. Conozco perfectamente ese destino. Padecer los innumerables dolores que la naturaleza y nuestros semejantes nos proporcionan. Y si los padecemos con paciencia y los encomendamos a Dios, lograr la recompensa reservada a los buenos.
Estando uno de nosotros en un árbol, vió una humareda hacia el Poniente, que habían hecho los indios cristianos del P. Zea al volver de las costas del río Paraguay, como se supo después; y caminando hacia allá, quisimos llevar al Padre en una hamaca, porque temíamos mucho que á pocos pasos se cayese muerto si iba por su pie; mas él lo rehusó diciendo que quería padecer con nosotros hasta el último instante de su vida.
Yo no gozo con lo que aquí suele gozar la gente; antes bien sus placeres son ocasión de padecer para mí, porque nada hay que atormente tanto como encontrarse aislado entre la muchedumbre y á mil leguas de sus pensamientos y aspiraciones. Así, que paso la vida encerrado en mi casa, sin ganas de agregarme á ella... leyendo... pensando... soñando.
Cuando reciba usted estos renglones el estorbo no existirá ya. Que la propia conciencia perdone a los que me han hecho padecer, como yo los perdono.» ¿Dónde se ha hallado esta carta? preguntó el Conde. El portador de ella contestó: En el bolsillo de un hombre que hace media hora se arrojó de cabeza por el viaducto de la calle de Segovia. No sabemos quién es.
Minghetti, como todos, la dejaría morir, la dejaría padecer, sin padecer ni morir con ella... ¡El parto! Crueldad inútil, peligro inmenso... para nada: ¡qué estupidez! Las mujeres felices, las mujeres entregadas a la alegría, al arte..., a... los barítonos..., las mujeres superiores, no parían, o parían cuando les convenía, y nada más. ¡Parir! ¡Qué necedad! ¿Cómo no había previsto el caso?
Palabra del Dia
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