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Actualizado: 14 de junio de 2025


Una de ellas saludó con mucha afabilidad a Alonso, el cual dijo así: «¡Dichosos los ojos que te ven, Augusto, cabeza sin tornillos...! Ayer tuve carta de tu padre. Dice que le escribes poco y que andas distraidillo. ¡Pobre viejo!... Si le escribo todas las semanas... ¿Y cómo está Rafaela?¿Qué tal va con las píldoras? Pues no va mal.

Ballester la miraba sin osar decirle nada, respetando aquel dolor que por lo muy verdadero no podía disimularse. Por fin, Fortunata, como quien vuelve en , se levantó de la silla, y le dijo: Esas píldoras, ¿las ha hecho usted? Y a propósito, a usted no le vendrá mal tomarse una. ¿Yo?... Lo mío no va con píldoras... Quédese con Dios; me voy a mi casa.

«Vaya, que está usted elegante» dijo Maxi, poniéndose a pesar unas dosis para píldoras. Pues más he de estarlo mañana. Mañana se casa mi hermanita con Federico Ruiz, un chico de mucho talento. ¿Le conoce usted? Los periódicos, que hablan constantemente de él, anteponen siempre a su nombre algún mote muy salado.

Lo que es en este viaje no habrá temor de escorbuto ó tifus; porque con el cirujano de abordo, y este otro médico, nuestro único peligro serán las píldoras ó las drogas que nos administren, pues tengo en el buque una buena provisión de medicinas que compré á un buque español. ¿Qué está Vd. diciendo? preguntó Ester con mayor alarma de la que quisiera haber mostrado. ¿Tiene Vd. otro pasajero?

Hablose en la mesa del tiempo, del gran calor que se había metido, impropio de la estación, porque todavía no había entrado Julio, aunque faltaban pocos días; de los trenes de ida y vuelta, y de la mucha gente que salía para las provincias del Norte. Con cierta timidez, se aventuró Fortunata a decir que su marido debía dejarse de píldoras, y decidirse a ir a San Sebastián a tomar baños de mar.

Hágolo para mi gobierno. Yo soy así; me gusta seguir los pasos de la persona que me interesa... De seguro que al volver del tortoleo entra por aquí... ¡Ah!, qué memoria la tuya, Segismundo; ya no te acordabas de que para hoy le prometiste tener hechas las píldoras de hatchisschina, que le quieren dar al pobre Maxi, a ver si le levantan y aclaran un poco aquellos espíritus tan entenebrecidos.

Un día la envolvieron en gruesas mantas, y no obstante su resistencia, la llevaron a Prusia a consultar a un médico; éste se encogió de hombros, prescribió píldoras de hierro y aconsejó un cambio de aire. Debía haber aconsejado algo más, que preocupaba mucho a nuestros padres, al menos a papá, pues ya hacía mucho tiempo que nada podía sacar a mamá de su apatía.

Uno pedía que se hablara del barranco de la calle de Atrás, otro pedía que se colocase un farol cerca de su casa, otro que se le tirasen algunas pildoras al rematante de las bebidas, otro que los serenos no cantasen la hora porque esto le turbaba el sueño, etc. Don Rosendo asentía, fruncía las cejas, extendía la mano abierta en signo de protección.

No me he fatigado gran cosa. Yo creo que estoy mejor. Las pildoras de Dehaud, me parece que me prueban bien. Vaya, me alegro que al fin hayamos dado con una medicina que produzca algún efecto... ¿Quieres sentarte? Abuelita, dame un chocho dijo la niña interrumpiéndoles. No tengo, hija mía... ¿Tienes algún caramelo, Ventura? No. Tene Jame que está aquí. Venturita se puso horriblemente pálida.

Se le había dicho: «Es una mujer ilustrada, aunque española; educada en Inglaterra donde ha aprendido el noble espíritu de la tolerancia». Y además, curaba el entendimiento y el corazón a los niños con píldoras de la Biblia y pastillas de novela inglesa para uso de las familias.

Palabra del Dia

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