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Actualizado: 16 de junio de 2025
El fragor del viento entre los pinos apaga todos los demás ruidos de las noche: Es una marejada sorda y fiera, un son ronco y oscuro, de cuyo seno parecen salir los relámpagos. Don Juan Manuel, de tiempo en tiempo, se detiene desorientado e intenta aprovechar aquel resplandor, que inesperado y convulso se abre en la negrura de la noche, para descubrir el camino.
Como la Nela hay muchos miles de seres en el mundo. ¿Quién los conoce?, ¿dónde están? Están perdidos en los desiertos sociales... que también hay desiertos sociales; están en lo más oscuro de las poblaciones, en lo más solitario de los campos, en las minas, en los talleres.
El mundo que veían era tomado como un oscuro modelo y pronóstico del mundo ideal más allá de la tumba. Dios era un poderoso emperador, un trascendental Diocleciano o Constantino, haciendo su gusto con lo suyo. Sus edictos corrían al través del espacio y del tiempo, sus castigos eran eternos, y cualesquiera que fuese, su justicia no podía ser discutida.
Rasga el aire un silbido agudísimo. Corre ligero el tren por un largo viaducto de tres filas de arcos desde el cual se ve el río Suize ondular lo mismo que una culebra, por entre los prados. Aparecen en el horizonte siluetas de campanarios, de cúpulas y de techumbres de teja, destacándose sobre el oscuro verdor de los árboles, y el tren detiene poco a poco su marcha.
Era la chica una apuesta jóven de 22 á 24 años, sencilla, candorosa y muy servicial, de mediana talla, pelo de un rubio casi amarillento, cara ovalada, fina y sonrosada, ojos de un bello azul oscuro, grandes y tímidos, nariz delicada y preciosa boca.
Magdalena, según ya hemos dicho, debía de ser enterrada en Ville d'Avray, porque al doctor le parecía que allí, en un cementerio de aldea, oscuro y desierto, le pertenecería su hija más que en una necrópolis de la gran ciudad. Los convidados que formaban el cortejo y que venían a ser los mismos que concurrieron al baile, no se sentían con ánimo de acompañar a la muerta hasta su última morada.
Todas esas mujeres tenían el tipo indio marcado en la fisonomía; su traje era una camisa, dejando libres el tostado seno y los brazos, y una saya de un paño burdo y oscuro. En la cabeza un pequeño sombrero de paja; todas descalzas. Los indios, que impedían el tránsito del carruaje, tal era su número, presentaban el mismo aspecto. Mirar uno, es mirar a todos.
Ayer... ¡qué pena!... no me conoció... ¡Tanto tiempo sin verme!... me tenía miedo... ¡pobrecita de mi alma!... miedo, así como se dice... Ni que su madre fuera el coco... En esto oyeron pasos, y miraron todas a la puerta. Era doña Guillermina, que entró, como siempre, muy apresurada, encendidas las mejillas, con su perdurable mantón oscuro, sus zapatones, su falda de merino.
Sólo quedaban, junto a una ventana, un corredor del matute paladeando medias copas en compañía de un tendero de ultramarinos, y al extremo opuesto, en lo más oscuro del local, una chula y su novio, que en voz baja se decían ternezas envueltas en desvergüenzas.
Estudiando se aprende eso: que el hombre es el mismo en todas partes, y aparece y crece de la misma manera, y hace y piensa las mismas cosas, sin más diferencia que la de la tierra en que vive, porque el hombre que nace en tierra de árboles y de flores piensa más en la hermosura y el adorno, y tiene más cosas que decir, que el que nace en una tierra fría, donde ve el cielo oscuro y su cueva en la roca.
Palabra del Dia
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