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Actualizado: 16 de mayo de 2025
Corría, miraba de cerca... y no era. A veces creía distinguirla de lejos, y la forma se perdía en el gentío como la gota en el agua. Las siluetas humanas que en el claro oscuro de la movible muchedumbre parecen escamoteadas por las esquinas y los portales, le traían descompuesto y sobresaltado.
Manchando de blanco el verde oscuro de las colinas, aparecían sembrados, o mejor, colgados sobre el valle algunos caseríos. En lo más hondo se percibía uno mayor que los otros, descansando entre el follaje de una vegetación soberbia. Aquél debe de ser Riofrío se dijo Andrés poniéndose la mano por encima de los ojos, a guisa de pantalla, para examinarle con más comodidad.
Pero éste, en vez de contestar a la sonrisa con otra, permaneció muy serio y asustado adivinando la tempestad que hervía debajo de tales palabras. En efecto, Rivera no tardó en murmurar una blasfemia espantosa. Estaba muy pálido y se le había formado un círculo oscuro en torno de los ojos.
La mirada de Isagani se iluminaba al hablar de aquel oscuro rincon; el fuego del orgullo encendía sus mejillas, vibraba su voz, su imaginacion de poeta se caldeaba, las palabras le venían ardientes, llenas de entusiasmo como si hablase al amor de su amor y no pudo menos de exclamar: ¡Oh! en la soledad de mis montañas me siento libre, libre como el aire, ¡como la luz que se lanza sin frenos por el espacio!
De malísima gana también me alejaba yo de aquel rincón oscuro y discreto, donde dejaba mi felicidad. A paso rápido iba salvando las estrechas calles anegadas en sombra, no viendo por encima de mi cabeza más que una banda de azul profundo sembrada de estrellas. Todos los días me condecoraba, esto es, me ponía en el ojal la flor que llevaba en el pecho.
Tal vez comprendía vagamente que lo estaba; porque Moreno, a juzgar por su mirada distraída y su continente reflexivo, debía de hallarse en aquel momento meditando sobre algún oscuro problema de la morfología.
Precisamente a esa hora del anochecer salía Muñoz de la casa de Julio. Le había esperado durante dos horas, a pesar de afirmarle el sirviente que no volvería antes de la una. Le hubiera esperado dos horas más, por la sensación de oscuro alivio que le produjo estarse allí, solo, y sentado al escritorio y entre las cosas de un hombre a quien odiaba ahora con toda su alma.
Alguna duquesa confinada en oscuro pueblo, después de adornar los saraos de la corte, debe sentir por los señoritos del poblachón lo que la pitillera por Chinto. Enfadábale todo en él: la necia abertura de su boca, la pequeñez de sus ojos, lo sinuoso y desgarbado de su andar, su glotona manera de comer el caldo.
Lo que aquel ve claro, este lo encuentra oscuro; lo que el primero consideraba fuera de duda, el segundo lo mira como muy disputable.
Sus cabellos son rubios y claros, y están anudados por detrás de un modo sencillo y original: los ojos de un azul oscuro como el cielo de Andalucía: la frente un poco estrecha, como la de las estatuas griegas: la nariz delicada y correcta: los labios delgados y rojos y siempre húmedos: la barba bien señalada, y el cuello mórbido y flexible.
Palabra del Dia
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