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Resultaba una gran cosa el conseguirla; hacerla su amante; sentirse en el contacto carnal camarada de príncipes y célebres artistas; pero ya que era imposible, ¿a qué insistir comprometiéndose y quebrantando la tranquilidad de su casa? Para olvidarla rebuscaba el recuerdo de palabras y actitudes, queriendo convertirlas en defectos.

A estas palabras lacrimosas, chillonas, del cocinero mayor, Pedro volvió la cabeza y le reconoció. ¡Ah! ¿sois vos, señor Montiño? dijo también lloroso Pedro . ¡Oh, qué desgracia! ¡qué desgracia tan grande y tan impensada! ¡No la olvidaremos jamás! ¡Ni yo! ¡ni yo! ¡yo no puedo olvidarla nunca! exclamó Montiño ; pero, ¿cómo ha sucedido eso? ¿cuándo?

Vencedor, mas no vencido dijo Ataide. ¡Y di, ¿qué ha sido entónces de tu ballesta? El colmo de la ventura me hizo olvidarla. ¡Qué dices! ¡Ah, la propicia aventura dijo Ataide con locura: ¡ah! ¡los augurios felices del amor y la hermosura! Yo no te entiendo, ¡ay de ! ¿Mas no estás herido? ; pero con dardo de amor: la suerte cruda hasta aquí nos brinda con su favor. Asienta y escucha. Di.

El abandono fué completo y la huída general. ¿Á qué vienen hoy á acusarme? Tragomer ha necesitado dos años para cambiar de opinión y eso, ¿sabe usted por qué? Porque ama á la señorita de Freneuse y no ha podido olvidarla aunque lo ha procurado viajando por el mundo. En cuanto á Marenval, es un snob, á quien se hace ir á donde se quiere sin más que prometerle que hablarán de él los periódicos.

No creo que pueda existir mujer, digna de ti por supuesto, que no tenga el derecho de decirte: «El verdadero y único objeto de tus sentimientos soy yoDe modo exclamé, que será necesario no amar. Nada de eso. Se trata sólo de amar a otra. Entonces habré de olvidarla. No, reemplazarla. ¡Nunca!... No digas «nunca»; di mejor «no por ahora.» Y en seguida Oliverio se marchó.

Mucho se esforzaba en olvidarla, pero no podía disimularse que aún sentía una tierna inclinación hacia esa mujer, cuyo sabroso encanto y cuyo espíritu lleno de alegres ternuras habían por un momento hecho latir su corazón de cincuentenario.

El alma de treinta años de existencia aún conmovida, palpitaba en aquel estrecho gabinete; y cuando Domingo estaba en él, delante de , asomado a la ventana, un poco distraído y tal vez perseguido aún por el eco de antiguos rumores, era cosa de saber si había venido para evocar lo que él llamaba la sombra de él mismo o para olvidarla.

Olvidarla... Siendo lo que hubiera deseado, era precisamente lo que no podía hacer. Y es extraordinario cómo su cuerpo, desde el más invisible cabello de su cabeza al tacón de sus zapatos, era un vivo deseo, y cómo al cruzar el hall para ir adentro, cada golpe de su falda contra el charol iba arrastrando mi alma como un papel.

El pobrecito quería engañarse a mismo, haciéndose el valiente; mas al fin se entregó. « tienes jaqueca» le dijo su tía. « que la tengo replicó él con desaliento, llevándose la mano a los ojos ; pero quería olvidarla a ver si no haciéndole caso, se pasaba. Pero es inútil; no me escapo ya. Parece que se me abre la cabeza.

Yo amé mucho á vuestra madre... no he podido olvidarla aún... la robó un infame de la casa de sus padres... yo fuí el último de la familia que escuchó su voz... Después... no la he vuelto á ver... pero la estoy viendo en vos... en vos, que sois su semejanza perfecta. Creo que me parezco tanto á mi madre en la figura como en la suerte. De vuestra suerte nos importa hablar.