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Yo no soy un snob, dijo vivamente y en tono de protesta Marenval. Solamente, me gusta la distinción en todo. Toda mi vida ha transcurrido en el trato de gente nauseabunda y ya estoy harto. ¡No quiero ya ver más que personas correctas! ¡Te dejarías azotar por tutear á un duque! Tienes razón, Marenval; debemos fijar siempre nuestra vista en las alturas. ¡Y buscar á los que nos desprecian!

Tanto para dedicarse a estos pensamientos, María Teresa buscaba la soledad, cuanto para huir de su prima, cuyas observaciones la horripilaban, porque acentuaban el lado snob que lamentaba encontrar en Huberto. Un día que la joven volvía de un largo paseo, encontró a Diana leyendo en el salón, recostada sobre un diván. Esta al ver entrar a su prima la recibió con una risa burlona.

Contribuía también a ello la idea suya de reprocharle de nuevo el traje sombrío que se había puesto la víspera para ir al teatro. ¡Ah! era siempre el clubman ligero, el hombre chic, eternamente esclavo de sus preocupaciones de snob y esto, en el momento mismo en que ella ansiaba sentir una emoción tierna, una solicitud afectuosa, capaz de confortarla durante el período de inquietud que atravesaba.

Querida mía, un hombre que no es aficionado á los caballos, ni á los perros, ni á los barcos, y que no mira jamás de frente, no puede ser honrado. Eras libre y te dejaba hacer. Pero creo que causarás un gran placer á tus hermanos cuando les digas que has puesto en la puerta á ese caballero. ¡Un snob! murmuró Marenval. ¡Me ha llamado snob!... Por mi vida, que me las ha de pagar.

El príncipe empezó á sentirse agitado por una cólera sorda al pensar en su noche malograda. habrás comido así muchas veces continuó ella . Has viajado más que yo. Debes conocer esta decoración. ; conocía esta «decoración» con toda autenticidad, y por eso no le placía volver á encontrarla imitada. Además, ¡obligarlo á comer en el suelo en plena Avenida del Bosque!... ¡Snob!

Mi propensión a reír y a burlar, aunque sea a costa mía, me induce en ocasiones a ver este asunto por el lado cómico, pero no sazono el acerbo chiste con sal y pimienta, sino con hiel y vinagre. La cualidad de snob, me digo, puede encumbrarse a un grado heroico. Para probarlo acude a mi memoria lo que ocurrió a mis amigas la señora y las señoritas de Pinto.

Yo era ya un industrial enriquecido en los artículos alimenticios, variedad social difícil de imponer en los círculos y de implantar en la buena sociedad, y tenía que pasar de repente á la situación de pariente de un condenado á muerte... ¡La cosa no era halagüeña! Bien puedes decir, amigo mío, afirmó Lorenza Margillier, que para ser un snob, tuviste una entrada que no fué ordinaria...

El abandono fué completo y la huída general. ¿Á qué vienen hoy á acusarme? Tragomer ha necesitado dos años para cambiar de opinión y eso, ¿sabe usted por qué? Porque ama á la señorita de Freneuse y no ha podido olvidarla aunque lo ha procurado viajando por el mundo. En cuanto á Marenval, es un snob, á quien se hace ir á donde se quiere sin más que prometerle que hablarán de él los periódicos.