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Actualizado: 10 de mayo de 2025


Cada vez más embargado por la emoción, Miguel dejó que su alma se desbordase; la expresó con lenguaje vivo y apasionado cuánto la amaba y lo feliz que algún día sería uniéndose a ella; la prometió no olvidarla ni un solo instante, escribirla a menudo y venir a verla en cuanto le fuese posible. La niña se llevó la mano a la frente y dijo con voz alterada: Se me está partiendo la cabeza de dolor...

Yo miraba y no veía nada... estaba escondida: ¿dónde?, dirá usted... dentro de mi cerebro. Yo me metía las manos en la cabeza y escarbaba allí dentro; pero no la podía coger. Era una burbuja, una partícula, un átomo bullicioso y movible que me atormentaba en sueños y despierto. Quise olvidarla y no pude.

Acaso mi interpretación sea la recta. De ella se deducirá entonces una moraleja muy semejante a cuanto acabo de decir en este artículo: que en fuerza de ser la culpa general, debemos olvidarla, haciendo antes el firme propósito de la enmienda. Es sin embargo, harto cruel y burlesca toda la alegoría que a tan buena moraleja nos conduce.

La conversación acerca de Linilla había sido, a mi ver, como una prueba de fidelidad, como una manifestación pública de mi amor. Linilla estaría contenta; el corazón le diría que su Rodolfo no amaba a otra; que su Rodolfo vivía sólo para ella; que su Rodolfo es incapaz de olvidarla.

Leto empezó a creer que no había modo de resistirla ni de engañarla... Pues las tres tablas dijo ; pero ¡muchísimo cuidado, Nieves! Y se dispuso a complacerla, comenzando por olvidarla para no ser más que barco inteligente.

Señora dije bruscamente no alabe usted mi hazaña... Quiero olvidarla, quiera olvidar que esta mano... Ha castigado usted la infamia de un malvado, y el alto principio del honor ha quedado triunfante. Lo dudo mucho, señora. El orgullo de mi hazaña es una llama que me quema el corazón. Quiero verlo dijo bruscamente la señora. ¿A quién? A lord Gray.

El agua cae sobre las anchas y porosas hojas y busca a su amiga la sal; pero la sal está aprisionada en el menudo tejido de la planta. Entonces el agua se lamenta de los desdenes de la sal, le reprocha su inconstancia, la amenaza con olvidarla. Y la sal, enternecida, hace un esfuerzo por salir de su prisión y se une en un abrazo con su amada.

Me voy a Europa, a Norte América, a cualquier parte, donde pueda olvidarla. ¿A qué quedarme? ¿A recomenzar la historia de siempre, quemándome solo, como un payaso, o a desencontrarnos cada vez que nos sentimos juntos? ¡Ah, no! Concluyamos con esto.

Desconozco el rubor y la vergüenza: son lujos que sólo pueden permitirse los felices... Cada vez que cometí una mala acción, me bastó para olvidarla hacer una visita al colegio de ricos donde se educa mi Feliciano gracias a los esfuerzos de su padre, tan nobles y tan heroicos como los de cualquier duque antiguo que salía lanza en mano a robar en las encrucijadas.

Entre no echar de menos a una persona y olvidarla por completo hay una enorme distancia. Si el Vizconde de Goivoformoso hubiera seguido siempre en Río de Janeiro, todo en torno de él, no sólo le hubiera recordado a Rafaela, si no le hubiera hecho desear su presencia y lamentar la falta de su trato y de su vista.

Palabra del Dia

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