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Actualizado: 14 de mayo de 2025
Tal vez la hija de Rojas, aburrida de su soledad, se decidiese á montar á caballo. Estaba dispuesto á esperar hasta que el sol se ocultase. Llevaba á precaución, en una bolsa de su montura, algunos comestibles. Además, como todos los enamorados, olvidaba que los hombres nacen con la enfermedad mortal del hambre y únicamente pueden seguir viviendo si se curan de ella dos veces al día.
Deja trabajar a Remedios; si te portas tan mal no te permitiré entrar en la sala. Y por la noche, a solas en el comedor con don Andrés, cuando llegaba la hora de las confidencias, doña Bernarda olvidaba los asuntos de la casa y del partido para decir con satisfacción: Eso marcha. ¿Se enamora Rafaelito?... Cada día más. La cosa va a todo vapor. Ese chico es en esto el vivo retrato de su padre.
Su aprendizaje había sido rudo y tremendo; por eso en sus consejos nunca se olvidaba de incluirme este: "Mirá, si querés pasar de sargento, aprendé la pluma; sin esto y movía la mano en el aire como quien escribe es al ñudo forcejear."
No fue aquella comida tan sabrosa para mí como otra que yo no olvidaba, más que por lo reciente de su fecha, por lo regocijada que la hicieron aquellas dos comensalas que en la última, algo por respeto a la tristeza «oficial» de la casa, y algo más por la pena que los motivos de esta tristeza les daban, comieron muy poco y hablaron menos.
Liette le escuchaba muy grave y llena de aflicción y de sorpresa. ¿Cómo había el notario adivinado su secreto? ¿Cómo olvidaba la reserva y la delicadeza de su carácter y de su profesión hasta hacer aquella alusión ofensiva?...
¿Es posible? ¿Conque no hay Fígaro? ¡Oh! ¡Habrá Fígaro, habrá Fígaro! Venceremos las dificultades... ¡Ah! se me olvidaba: ¡Papel! A una fábrica, a otra, a otra... Este es chico, este caro, este grande, este moreno, este con demasiada cola... Mire usted, como usted lo quiere no lo hay me dicen por fin . Es preciso mandarlo hacer. Pues lo mando hacer: para dentro de ocho días.
Olvidaba Rojas sus despilfarres, que habían consumido la mejor parte de la herencia paternal, para acordarse únicamente de la fortuna enorme que podían haber improvisado sus ascendientes aprovechando, como tantos otros, la rápida expansión del país. Una visita vino á interrumpir la plática de los dos argentinos.
Gabriel olvidaba toda prudencia en el ardor de la discusión. No le inspiraba miedo el Vara de plata con su gesto de inquisidor incapaz de razonamientos; quería convencerle; sentía el ardor, el impulso irresistible de sus tiempos de proselitismo, y hablaba sin recatar sus pensamientos, sin buscarles ningún disfraz por consideración al ambiente que le rodeaba.
Mas no por esto se olvidaba del término de su viaje, por cuya causa se hubo de despedir de los Subarecas, no sin grandes lamentos y llanto universal de aquella buena gente, la cual, viendo que no le podían tener más tiempo en tierra por entonces, quiso que la flor de la juventud le fuese acompañando para ir allanando el camino y proveyéndole de víveres al Padre y á sus compañeros, lo que ejecutaban á competencia con los Cozocas.
Al oír la campana, monsieur Jaccotot pareció sacudirse y despertar de un sueño... Dejó sobre la mesa el cuaderno... Sacó el pañuelo del bolsillo faldero del jaquet, pasóselo por la cara, guardolo de nuevo, y salió sin decir palabra... Era la primera vez, en sus doce años de enseñanza en el colegio, que se olvidaba de marcar la lección para la clase siguiente, antes de irse...
Palabra del Dia
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