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Actualizado: 26 de junio de 2025


Desgarradores fueron los gritos que en aquella ocasión lanzó donna Olimpia, al considerar que se ahogaban sus más bellas esperanzas. Donna Olimpia tuvo, sin embargo, que callarse, porque el corsario, brutal e iracundo, la amenazó con arrojarla también al mar si no se callaba. De lo que ocurrió al día siguiente ya hemos dado cuenta. Ya sabemos cómo el corsario pagó de una vez todos sus delitos.

Acaso impidió que dicho propósito se realizase la repentina muerte de Pedro Aretino, el cual, según aseguran, aunque donna Olimpia, que era muy su amiga, lo negaba como calumniosa patraña, murió de risa, al oír contar los embustes, embelecos y travesuras de una hermana suya, famosa por sus devaneos.

Donna Olimpia era alta y bien formada, pero, más que esbelta, amplia y exuberante sin perder la gracia y el hechizo, como las ninfas y diosas que pintaba Tiziano Vecelli. Cuando pasaron los del grupo, Tiburcio prosiguió su arenga diciendo: Esta donna Olimpia es un prodigio singular. Se ignora la edad que tiene.

Años atrás, donna Olimpia había figurado con brillo en los saraos de la bella Imperia, Aspacia del siglo de León X, como la cortesana de Mileto lo había sido del de Pericles. Donna Olimpia, satélite ya de un astro tan refulgente, acaso hubiera llegado a igualarse con dicho astro, si su desatentada afición a correr mundo y ver tierras extrañas no lo hubiese estorbado.

Olimpia me sacaría los ojos si supiera las cosas que le digo a su novio; pero que se fastidie. Ya le he conocido siete osos, y lo que es a este no le pesca tampoco. Yo le he tomado bajo mi protección, y le he de salvar. ¡Buen turrón le caía si se casara...!». ¡Qué risa con usted! ¡Pobre Ponce! Ya le decía yo que era un buen chico, y usted empeñado en darle la morcilla. ¡Ah!, de buena escapó.

Empleado Morsamor en sus rendimientos y obsequios a doña Sol, no había vuelto a ver y apenas había recordado a donna Olimpia, desde que la vio salir de Belén el día del Rey: pero donna Olimpia, aunque distraída y empleada también a su manera, nunca había dejado de recordar a Morsamor desde entonces, porque le hizo impresión viva y profunda y porque daba por cierto que en toda nuestra península no había ni podía haber galán más apuesto y hermoso, ni más gallardo y gentil hombre.

Alfeo, el río de Olimpia, corriendo en persecución de la bella Aretusa, había también salvado el mar y mezclado sus aguas, en las costas de Sicilia, con la onda adorada de la fuente. Según dicen los marinos, se ve á veces al Alfeo levantarse sobre el mar en grandes borbotones, cerca de los muelles de Siracusa, y en su corriente arremolina las hojas, las flores y los frutos de Grecia.

Donna Olimpia tardaba en venir, y con la soledad y, con la impaciencia crecía en Morsamor el disgusto de haber cedido a los propósitos de su doncel, tan juicioso cuando hablaba en contra de las locuras sublimes, como ligero y hasta cínico cuando se trataba de otra clase de locuras.

Por dichas prendas, que le ha entregado el Dios de la guerra que está allí contemplándola en éxtasis, le entrega ella un travieso amorcito, que tiene cogido por las alas y que ha sacado de una jaula, donde quedan aún presos otros varios hermanos suyos. Paréceme, señor Miguel, que no os disgustaría que os regalase o vendiese donna Olimpia alguno de los mencionados hermanos.

Sea de esto lo que se quiera, lo que nos importa añadir aquí es que el aspecto, ademán y entono de donna Olimpia estaban llenos de reposada majestad. De sus años no sabemos qué decir. Como las deidades mitológicas, como los seres inmortales, su edad era problemática; era casi un misterio. Se diría, no obstante, que aquel astro culminaba entonces en el meridiano de su belleza y de su gloria.

Palabra del Dia

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