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Actualizado: 26 de julio de 2025
Subiéndose las gafas que se le habían deslizado hasta la punta de la nariz, prosiguió así: «Pues conmigo no juega. Le pongo en la calle como tres y dos son cinco. Tendré que hacer un esfuerzo, porque le quiero como debe de quererse a los hijos... ¡Yo que tenía la ilusión de casarle con Rufina o al menos con Olimpia!... No, me gusta mucho más Rufina Torquemada. Cuidado que soy tonta.
Con tales mejoras, con tan buenos consejos y con el ameno trato de donna Olimpia, el rey estaba cada día más prendado de ella. El nacimiento de un Principito puso el colmo a la ventura de amantes esposos. Pero el rey enfermó y creyó a pies juntillas que era llegada su última hora. No había que vacilar ni que retardarse.
Si hubiese robado a doña Sol de Quiñones, y a despecho de la Reina y de todo el mundo, la tuviese a bordo, el caso, aunque pecaminoso, sería digno de él; pero llevar a donna Olimpia, que lo mismo se hubiera ido acaso con otro cualquiera, era triunfo tan miserable, que, en vez de lisonjear su amor propio, le lastimaba y abatía.
La música aquella le retozaba en la epidermis, haciéndola estremecer con un sentimiento indefinible que no podía expresarse sino llorando. «Yo debo de ser muy bruta pensó, alejándose , porque me gusta más esta música de los pianitos de la calle que la pieza que toca Olimpia, y que dicen que es cosa tan buena. A mí me parece que, cuando la oigo, me aporrean los oídos con la mano del almirez».
Todo esto, no obstante, importa tan poco a nuestra historia, que debiéramos pasarlo en silencio. Bástenos decir que donna Olimpia se ingenió de tal suerte y se dio tan buena maña, que se hizo amiga de Pedro de Covillán, de don Rodrigo, y de todo el personal de la Embajada.
Peor para él. Nosotras acabamos de pasar la noche en la Olimpia. Aquello es delicioso. La Rustigieri canta con los pies y baila con la garganta. ¡Y viva Italia! ¡Lo que nos reímos!... Me gustó más la Loïe Fuller. ¡Oh! no; hace daño á la vista.
Nuestra heroína logró modificar también el desorden abominable con que solían terminar los banquetes, cuando se abusaba del onfacomeli y del buey vivo. El desenfreno era tal, que el pudor de donna Olimpia hubo de sublevarse, transmitiendo tan honrada sublevación a su esposo.
De este látigo se valió, pues, el rey David, incitado por donna Olimpia, para infundir recato y compostura a sus cortesanos y hasta a las princesas de la real familia en una de aquellas orgías endemoniadas.
De seguro que no bien empuñase el cetro, encerraría a donna Olimpia y a su vástago en cierto castillo, levantado a este propósito encima de muy alta y escarpada roca, a donde sólo podía subirse por estrecha escalera abierta en los duros peñascos y muy bien defendida y custodiada.
Yo me iba, mi madre, Las rosas coger, Hallé mis amores Dentro en el vergel. Cualquiera pensará que, en medio de tanto deleite, Morsamor estaba contento. Mucho distaba, no obstante, de ser así. En cierto modo puede bien afirmarse que Morsamor se hallaba cada día más prendado de donna Olimpia.
Palabra del Dia
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