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Actualizado: 6 de junio de 2025
Llevaron a Martín a un cuarto desmantelado y polvoriento, en cuyo fondo había una alcoba estrecha, con las paredes cubiertas de unas manchas negras de humo. Sin duda los huéspedes mataban las chinches quemándolas con una vela o con la lamparilla y dejaban estos tranquilizadores rastros. En el gabinete y en la alcoba olía a cuadra, olor que venía de las junturas de las maderas del suelo.
Estaba sola, completamente sola; ¿qué iba a ser de ella? Los amigos del filósofo no le sirvieron de nada. No sabían más que discutir. El capellán no apareció por allí; la muerte repentina de don Carlos olía un poco a azufre. Un día, tres o cuatro después de enterrado su padre, Ana quiso levantarse y no pudo. El lecho la sujetaba con brazos invisibles.
PELAYO. Baúl cuando al Badil matar quería. SANCHO. David, su yerno era. PELAYO. Sí; que en la igreja predicaba el cura Que le dió en la mollera Con una de Moisén lágrima dura A un gigante que olía. SANCHO. Golías, bestia. PELAYO. El cura lo decía. Acaba el REY de escribir. REY. Conde, esa carta cerrad. ¿Cómo es tu nombre, buen hombre?
No procuré cambiar de traje, y me puse el muy empolvado de la víspera, que me olía a lo que huelen los caminos de la Mesa Central, a sequedad y tierra estéril. Cuando entré en el comedor, ¡qué comedor! una pieza de seis varas cuadradas, mi tía Pepa, muy risueña y parlera, me esperaba sentada a la mesa. ¡Por Dios, Rorró! ¡Quieres que me dé un ataque!
La chartreuse o lo que fuera ¿¡si sería cognac!? seguía molestándole y conocía ya él mismo que le olía mal la boca. «Si se me acercase Glocester ahora, mañana todo Vetusta sabría que yo era un borracho...». «¡No subo, no subo. Buena estará mi madre!
No se enteraba de la persecución, y yo pasando la pena negra. ¡Ay hija, qué peligro tan grande! Siempre que salía, ¡pin!, me le encontraba. Yo no sé... parecía que me olía como los perros huelen la caza. Una tarde que llovía, me cogió y casi a la fuerza me metió en su coche. Estuve a dos dedos del abismo, casi a dedo y medio; pero no, no caí. ¡Dios mío, qué hombre!, es absurdo».
«Un marino» no era capitán, ni contramaestre, ni simplemente marinero; era, por precisión, tercero, ó examinado de segundo, ó, á lo sumo, piloto en efectividad. Cuando estudiaba en el Instituto, no se había embarcado jamás, y, sin embargo, ya era tostado de color y cargado de hombros, y se balanceaba al andar...; en fin, ya olía á brea y alquitrán.
Y el cura metió una mano en el bolsillo interior de su larga y mugrienta levita de alpaca, y sacó de aquella cueva que olía a tabaco, entre migas de pan y colillas de cigarros, un cucurucho que debía de contener onzas de oro. Bonifacio se puso en pie, y sin darse cuenta de lo que hacía, alargó la mano hacia el cucurucho.
Su carne, de azulinas transparencias, tenía la melancólica palidez de los tísicos, y hacía pensar, con pena, en la llegada de esos días grises en que caen las hojas de los árboles. Tenía un aroma vago y casi religioso: olía a cera y a flores de mortaja. Inició un fugitivo arpegio sentimental en el cordaje de nuestros nervios, en constante hiperestesia por el arte y por la vida.
Tres damas se retiraron muy luego; pero no las señoritas Gunn, que el deseo de la señora Osgood de esperar a su sobrina, les diera motivo para quedarse, a ver el traje de aquella belleza rústica. Hubo para ellas un verdadero placer, desde el momento en que se abrió la caja en que todo olía a alhucema y hojas de rosas, hasta que el pequeño collar de corales quedó ceñido a su fino cuello blanco.
Palabra del Dia
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