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Actualizado: 19 de junio de 2025
El néctar era siempre delicioso, la ambrosía exquisita. Saboreaban el olor de las hecatombes, oían como una música el concierto de las voces suplicantes.
Después siguió andando lentamente; no se atrevía á volver, porque las risas habían cesado y se oían terribles imprecaciones. Algunas piedras, lanzadas por mano vigorosa, cayeron junto á ella. Batilo se volvió lleno de despecho y ladró como nunca había ladrado, con verdadera elocuencia canina. Después de esto, avivó Clara el paso y llegó á la calle de Alcalá.
7 Porque muchos espíritus inmundos, salían de los que los tenían, dando grandes voces; y muchos paralíticos y cojos eran sanados; 8 así que había gran gozo en aquella ciudad. 10 al cual oían todos atentamente, desde el más pequeño hasta el más grande, diciendo: Esta es la gran virtud de Dios. 11 Y le estaban atentos, porque con sus artes mágicas los había asombrado mucho tiempo.
Cada cinco minutos alguien tomaba bruscamente la palabra y hablaba como quien cumple una faena obligatoria. Los demás asentían con la cabeza misteriosamente, pero bien veía yo que los que escuchaban no sabían lo que oían, lo mismo que el que hablaba no sabía lo que decía. Marta no se había presentado.
Todos se colocaron junto a la puerta, con los fusiles preparados. Los piratas no salían de la selva; pero se alejaban lo menos posible; pues de vez en cuando se oían sus voces, y alguna que otra flecha se acercaba silbando, aunque sin llegar a la cabaña aérea.
Bueno, hombre, bueno, nos apretaremos. Estos gritos se oían en todas partes, viéndose a algunos pobres viejos por el aire, elevados a la imperial de los ómnibus en brazos de los que ya estaban en ella. Las caras resplandecían de alegría, lo mismo que el cielo.
¡Oh, calla, tahonero, te lo suplico! volvió a exclamar el pobre amolador con voz desgarradora. En ese instante se paró la diligencia. Estábamos en la masía de los Anglores. Allí se apearon los dos boquereuses, y juro a ustedes que no hice nada por retenerlos. ¡Tahonero farsante! Estaba ya dentro del patio del cortijo, y todavía se oían sus carcajadas.
La que hoy empieza a ocuparme es mi Susana, belleza de otro género, pero belleza incomparable que llamo la atención de toda la sociedad de Chambery y de la juventud de Piamonte, donde me la llevé cuando fuimos a acompañar a su hermana para el casamiento. No se oían más que elogios para ella, pero es tan cándida y sencilla, que no se preocupa lo más mínimo de su belleza.
Al despertarse la criatura y ver aquellos fantasmas, quedó paralizada por el terror, tapose luego los ojos con las manos y un sudor copioso y frío bañó su cuerpo. Su corazón comenzó a dar tan fuertes golpes que se oían a distancia, dejó escapar algunos gritos ahogados y roncos; por último, llevándose las manos al pecho, se revolcó por el suelo sin sentido, presa de espantosas convulsiones.
Aunque oían voces junto al barcón que decían: «Ríndete á buena guerra,» como no veían los que eran con la obscuridad que hacía, no se atrevían á salir de las galeras, creyendo que los turcos lo hacían aposta por hacerles salir.
Palabra del Dia
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