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Actualizado: 21 de junio de 2025
El amolador no se movió, limitándose a decir en voz baja, sin alzar la cabeza: Cállate, tahonero. Pero al demonio del tahonero no le acomodaba el callarse, y prosiguió acentuando la burla: ¡Cáspita! No puede quejarse el camarada de tener una mujer así. No hay medio de aburrirse con ella un instante. ¡Figúrese usted!
Después de algún tiempo regresó al país la hermosa, vestida de española, con una pandereta de sonajas. Todos le decíamos: Ocúltate, porque te va a matar. Que si quieres, ¡matar! Volvieron a unirse muy tranquilos, y ella le ha enseñado a tocar la pandereta. Hubo una nueva explosión de risas. Sin levantar la cabeza, murmuró de nuevo el amolador desde su rincón: Cállate, tahonero.
Un guarda de Camargue, hombrecillo rechoncho y velludo, que trascendía a montaraz, con ojos saltones inyectados de sangre y con aretes de plata en las orejas; después dos boquereuses, un tahonero y su yerno, los dos muy rojos, con mucho jadeo, pero de magníficos perfiles, dos medallas romanas con la efigie de Vitelio.
Parece ser que el tahonero era de una parroquia dedicada de mucho tiempo atrás a Nuestra Señora, a la que los provenzales conocen por el piadoso nombre de la Buena Madre y que lleva en brazos al Niño Jesús; el yerno, por el contrario, cantaba ante el facistol de una iglesia recién construida y consagrada a la Inmaculada Concepción, esa hermosa imagen risueña que se representa con los brazos colgantes y despidiendo rayos de luz las manos.
¡Oh, calla, tahonero, te lo suplico! volvió a exclamar el pobre amolador con voz desgarradora. En ese instante se paró la diligencia. Estábamos en la masía de los Anglores. Allí se apearon los dos boquereuses, y juro a ustedes que no hice nada por retenerlos. ¡Tahonero farsante! Estaba ya dentro del patio del cortijo, y todavía se oían sus carcajadas.
Es necesario creer que esta frase tendría una intención muy cómica, puesto que en la baca todo el mundo se rió a carcajadas. El amolador no se reía. Al ver esto, el tahonero dirigiose a mí. ¿No conoce usted, caballero, a la mujer del amolador? ¡Vaya con la picaruela de la feligresa! En Beaucaire no existen dos como ella. Redobláronse las risas.
Cuando concluyó hizo restallar la tralla con un mohín escéptico que afilió a su opinión a todos los viajeros. La discusión estaba terminada, pero, disparado ya el tahonero, necesitaba desahogarse con alguien, y dirigiéndose al infeliz del gorro, silencioso y triste en un rincón, preguntole con aire picaresco. Amolador, ¿y tu mujer? ¿Por qué parroquia está?
Palabra del Dia
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