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Actualizado: 20 de junio de 2025
¡Oh, calla, tahonero, te lo suplico! volvió a exclamar el pobre amolador con voz desgarradora. En ese instante se paró la diligencia. Estábamos en la masía de los Anglores. Allí se apearon los dos boquereuses, y juro a ustedes que no hice nada por retenerlos. ¡Tahonero farsante! Estaba ya dentro del patio del cortijo, y todavía se oían sus carcajadas.
Para creerse en el puerto de Nápoles, no faltaba más que ver relucir las navajas, y a fe mía, creo que efectivamente la teológica disputa hubiera parado en eso, si el conductor no hubiera intervenido. Déjennos en paz con sus vírgenes dijo riéndose a los boquereuses; todo eso son chismes de mujeres, y en los que los hombres no deben intervenir.
Un guarda de Camargue, hombrecillo rechoncho y velludo, que trascendía a montaraz, con ojos saltones inyectados de sangre y con aretes de plata en las orejas; después dos boquereuses, un tahonero y su yerno, los dos muy rojos, con mucho jadeo, pero de magníficos perfiles, dos medallas romanas con la efigie de Vitelio.
El camargués refería que regresaba de Nimes, citado por el juez de instrucción con motivo de un garrotazo que había dado a un pastor. En Camargue tienen sangre viva. ¿Pues y en Beaucaire? ¿No pretendían degollarse nuestros dos boquereuses a propósito de la Virgen Santísima?
Palabra del Dia
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