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Actualizado: 19 de junio de 2025
Recibiese este medio con acepción universal, con que a cada paso se oían estas voces todo el camino, así de los que acompañaban a éste, como de los que asistían al otro pertinaz, que se seguía, hasta llegar a la Iglesia de Santo Domingo y sentarse los Reos en la escalera sobre el tablado.
Y la frase parecía volar multiplicada, como una bandada de frases, porque a cada paso oían: «Todos somos iguales... El Rey se va». Salían estas palabras de los grupos de hombres, y aun de los que formaban mujeres y chicos en las puertas de algunas casas.
Tomé su mano y deposité en ella un beso. Señora dije, ha hecho usted un magno servicio al Rey esta noche. ¿En qué parte del castillo lo tienen? Al otro lado del puente levadizo dijo bajando la voz, hay una maciza puerta, y tras ella queda... ¿Oye usted? ¿Qué ruido es ese? Se oían pasos fuera del cenador. ¡Están ahí! ¡Han anticipado su venida! ¡Dios mío, Dios mío! exclamó, pálida como un cadáver.
Los coloquios de amor y las parejas dichosas y apasionadas se oían y se veían a cada momento. La noche y la mañanita de San Juan, aunque fiesta católica, conservan no sé qué resabios del paganismo y naturalismo antiguos. Tal vez sea por la coincidencia aproximada de esta fiesta con el solsticio de verano. Ello es que todo era profano y no religioso. Todo era amor y galanteo.
«No es fácil de decir el fervor que estos santos días mostraron los nuevos cristianos en las cosas de Dios; oían la paladra de Dios con gran gusto y no con menor fruto y compunción, de suerte que me parecía estar entre españoles muy piadosos. El acto de contricción que se usa al fin de los sermones, le hacían con tanto sentimiento, que lloraban muchísimo.
La hora, el tiempo, la soledad, la voz y la destreza del que cantaba causó admiración y contento en los dos oyentes, los cuales se estuvieron quedos, esperando si otra alguna cosa oían; pero, viendo que duraba algún tanto el silencio, determinaron de salir a buscar el músico que con tan buena voz cantaba.
Y, al acabar de la profecía, alzó la voz de punto, y diminuyóla después, con tan tierno acento, que aun los sabidores de la burla estuvieron por creer que era verdad lo que oían.
Ahí estaba, en la actitud de fiera que reposa, bien nutrida de vidas y de honras; los lamentos de las víctimas no se oían, pero quizá, aplicando el oído, se escuchara la voz doliente de los desgraciados, que la loca ambición sacrificara.
Quedaron admirados los dos de lo que Sancho Panza les contaba; y, aunque ya sabían la locura de don Quijote y el género della, siempre que la oían se admiraban de nuevo. Pidiéronle a Sancho Panza que les enseñase la carta que llevaba a la señora Dulcinea del Toboso.
El viejo pensaba que Blanca no podía tardar: se oían las voces y las algazaras de las últimas máscaras que se retiraban, y una orquesta lejana, tal vez la del club, tocaba las últimas galopas. Todos aquellos detalles aumentaban la cruel situación del anciano afligido, casi inmóvil, presa de una fiebre terrible.
Palabra del Dia
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