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Actualizado: 19 de junio de 2025
El día era hermosísimo: un airecillo manso y saturado de aromas campestres movía lentamente los árboles; los andenes estaban casi vacíos; no se oían más ruidos que el rodar del ómnibus que regresaba al pueblo y el alegre piar de una bandada de gorriones, que venía revoloteando a posarse en los alambres del telégrafo.
Mucho molestó en los primeros tiempos a algunas monjas el tal tamboril, no sólo por la pesadez de su toque, sino por la idea de lo mucho que se peca al son de aquel mundano instrumento. Pero se fueron acostumbrando, y por fin lo mismo oían el rumor del Tío Vivo los domingos, que el de los picapedreros los días de labor.
Y los crédulos muchachos, que oían al Morenito en silencio porque estaban en el mar, lejos de toda posibilidad de acción, pero abominaban interiormente de estos planes que pugnaban con las preocupaciones de su honradez, mirábanse indecisos al ver que un señor como don Isidro no se escandalizaba.
Cuando volvía en conocimiento la beata, contaba cosas estupendas á sus amigas, y relataba sus conversaciones con Luzbel, y las confidencias que éste les hacía en las cuales trataba con la mayor llaneza de las cosas pasadas, presentes y futuras, dejando tales relaciones con la boca abierta á todos los incautos que las oían.
El estruendo y voces de la gente era tan grande, que no se oían unos a otros. Algunos estaban espantados y temerosos. Unos decían: "El Señor le socorra y valga." Otros: "Bien se le emplea, pues levantaba tan falso testimonio."
Con todo el trapo desplegado y las escotas en banda, flameaban las velas al recibir el viento, y se oían desde el muelle sus restallidos o gualdrapazos.
Vale más que sean los que están medio muertos que no nosotros, que aun tenemos mucho que hacer. Los marineros del brick oían esta conversación y comenzaron a murmurar: No queremos abandonar a nuestros camaradas. Kernok paseó sobre ellos su mirada de águila, puso su hacha bajo el brazo, se cruzó las manos a la espalda y dijo con voz imperiosa: ¿Eh? vosotros... ¿no queréis...?
Luisa, muy pálida, y Catalina, con la cabellera gris suelta, se hallaban de pie sobre la paja del trineo. El doctor Lorquin, delante de ellas, paraba los golpes con su sable, y, mientras batía el hierro, les gritaba: ¡Tendedse, con mil demonios, tendedse en el trineo! Pero ellas no lo oían.
Niñas de catorce años, con rostro de ángel, oían sin turbarse blasfemias y obscenidades que a veces las hacían reír como locas. Todos eran jóvenes. El trabajador viejo no tiene esa alegría. Entre los hombres acaso ninguno había de treinta años. El obrero pronto se hace taciturno, pronto pierde la alegría expansiva, sin causa. Hay pocos viejos verdes entre los proletarios.
Sus compañeras las senior, instaladas en el mismo cuerpo de edificio que ella, hablaban de la nueva vida que iban á encontrar al salir del colegio; y las junior, que empezaban sus estudios, las oían en un silencio respetuoso de seres inferiores. Una de las amigas de Mina pensaba casarse apenas volviese á su casa; era asunto convenido por las familias de los dos novios.
Palabra del Dia
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