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Actualizado: 11 de septiembre de 2025
Parece que esta vez va la cosa en serio.» Y miraban con inquietud las costas cercanas á un lado y á otro. Ofrecían el aspecto de siempre, pero detrás de ellas se estaba preparando tal vez un nuevo período de Historia. El trasatlántico debía llegar á Boulogne á media noche, aguardando hasta el amanecer para que desembarcasen cómodamente los viajeros.
Agradó al cielo esta oferta y al momento se recobró el cuerpo de sus antiguas fuerzas, y no habiendo podido los días antecedentes atravesar bocado, pudo luego comer lo que la piedad de los bárbaros le ofrecían; lo cual, aunque mal guisado, fué bastante á recobrarle del todo.
Grandes fueron los tumultos y demasías de Aragón; sin embargo, a fines del año de 1591 todo pareció terminar en paz y concordia bajo la simulada clemencia del Monarca. Los señores rebeldes, perdido el recelo, volvían a Zaragoza y ofrecían su mesa a los oficiales del ejército castellano. Había llegado el momento de la regia venganza.
A pesar de esto, se comprendía que no era ya adolescente. Los lineamientos de su rostro estaban definitivamente trazados y ofrecían un conjunto agradable, donde se leían claramente los signos de prolongado padecer.
Estaban los nuestros tan faltos de personas principales, y caballeros que les gobernasen, que pidieron á Bonifacio de Verona, uno de los caballeros que quedaron vivos de la batalla, que fuese su Capitan. Pero Bonifacio por parecelle que tendría la misma autoridad que tuvo Tibaut, no quiso admitir lo que le ofrecían.
Servía para que perdiesen toda vergüenza. En unas cuantas horas quedaban demolidos los prejuicios de su vida anterior. Para seguir jugando ofrecían espontáneamente lo que nunca habían querido conceder. Lubimoff acogió con extrañeza esta demanda brusca. Llevaba encima muy poco dinero: él no era jugador. ¿Cuanto necesitaba?... Veinte mil francos.
Además no podía esperar, sino después de muchos años, obtener en funciones más independientes, las ventajas que se me ofrecían desde luego, y que me permitirían trabajar en seguida en el porvenir de mi hermana. Conseguí, pues, vencer mis repugnancias, pero habían sido tan vivas, que se despertaban con más fuerza en presencia de la inminente realidad.
Según lo acordado en la mesa, en ciertos pueblos del tránsito no había necesidad de apearse, pues no ofrecían la menor dificultad; a lo sumo, detenerse un momento a saludar, por una atención que sería muy agradecida, a tal cual influyente. Pero, en cambio, había que echar el resto en aquellas localidades dudosas o adictas al enemigo.
Al ver que Andresito les miraba, hiciéronle amistosas señas como si le conociesen de toda su vida. ¡Vaya una gente francota...! ¿Que si aceptaba una copita? No señor, muchas gracias; no tenía la costumbre de beber.... Bueno; pues eso se perdía; conste que ellos la ofrecían de buena voluntad, al verle tan triste. ¡Buena suerte y que saliese pronto de cuidado!
Las jóvenes doncellas de su iglesia se volvían cada vez más pálidas en torno suyo, víctimas de una pasión tan llena de sentimiento religioso, que imaginaban ser todo solamente religión, y la ofrecían públicamente al pie de los altares como el más aceptable de los sacrificios. Los miembros ancianos de su feligresía, contemplando la delicada constitución física del Sr.
Palabra del Dia
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