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Actualizado: 14 de mayo de 2025


Aquel sujeto no era digno del venerable anciano, cuyo nombre ofendia en aquel momento. Voy á decirlo con pesar; pero el lector debe saber cuanto me sucede punto por punto. Si algun encanto encuentra el lector cuando lea estos apuntes, sepa que ese encanto consiste en la ingenuidad casi infantil con que cuento lo que me ocurre.

Después de una larga prision padecida por ser su general, no habia de ser ocasion de quitarle el cargo, antes bien de honrarle con él cuando no le hubiera tenido; que por desdichado no habia de perder lo que ganó por su valor; que en viéndose libre vendió parte de su hacienda para darles socorro, y á esto se añadia, lo que á Rocafort le ofendia mas, la diferencia tan desigual de la calidad, trato y condicion, Berenguer rico hombre, Rocafort, caballero particular; el uno cortés, liberal apacible, el otro áspero, codicioso, insolente.

Pagó presto su atrevimiento y locura; porque salieron los nuestros sin aguardar órden, ni esperar los Capitanes: tanto les ofendia la osadía de este Bárbaro, y dieron con tanta presteza sobre él y los suyos, que aunque luego quiso retirarse, no pudo sin mucho daño, porque se halló tan empeñado que hubo de pelear para huir.

Se comió como en un banquete de la Iliada. Pero el Aquiles de esta formidable pelea fue Manín, el bárbaro Manín, que, al decir de los que estaban a su lado, se comió once calabacines rellenos. Verdaderamente Manín era digno de ser llamado, si no suevo, ya que esto ofendía al señor Saleta, por lo menos longobardo. Se habló y se gritó como en una plazuela. Las tres hadas del Jubilado, que tanto habían ganado desde que Fray Diego echó la bendición a su hermana en inocencia y gracia infantil, tiraban bolitas de pan a los oficiales.

Temeroso el alcalde de que produjese esta vista una impresión análoga en el patriotismo de los habitantes, se propuso despertar en su corazón este noble sentimiento, por otro medio más eficaz y poderoso. El nombre de CALLE REAL ofendía sus orejas representativas. Quiso patriotizarlo, y publicó un bando para que aquel nombre malsonante se cambiase en el de CALLE DE LOS HIJOS DE PADILLA.

Este presidente era un viejo terco, colérico, impertinente, que dirigía las sesiones del juicio oral como una escuela de párvulos. Ofendía a reos y a testigos, sin respetar mucho más a los abogados. Mostraba sus simpatías o antipatías con una franqueza que aterraba. Sin embargo, no era un perverso ni procedía de mala fe.

Don Gaspar no se ofendía por ello, conociendo las exigencias de la política, la vida cruel, abrumada de trabajo, que arrastran sus hombres. Por fin, el importante personaje, dando al marqués una muestra de gran confianza, le había rogado que escribiese él mismo el prólogo, autorizándole para que pusiese su firma al pie.

Yo quería a Leocadia y ella parecía no recibirlo mal; después, lo viste y yo no me hice ilusiones, ella me dejó: desde entonces he procurado ir poco a tu casa; me era penoso verla y, la verdad, hasta me ofendía su indiferencia, porque era prueba de que mi amor propio me había engañado. Vi claro que nunca me quiso ni pizca. Y ahora, ¿qué pasa?

Figurábase que ofendía a los demás, haciendo ver la supremacía de su hijo entre todos los hijos nacidos y por nacer. No quería tampoco profanar, haciéndolo público, aquel encanto íntimo, aquel himno de la conciencia que podemos llamar los misterios gozosos de Barbarita. Únicamente se clareaba alguna vez, soltando como al descuido estas entrecortadas razones: «¡Ay qué chico!... ¡cuánto lee!

Pero su novia se crispaba, se ponía pálida de ira y solía responder por él: ¡Caramba, que tiene usted gracia, Timoteo! Es usted espontáneo como pocos. D.ª Carolina no se ofendía menos con la insistencia irracional que el violinista mostraba en enamorar a su hija.

Palabra del Dia

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