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Actualizado: 7 de junio de 2025


Vió que no podría dudar entre su dolor y el de Mauricio. Estimó que no era justo aceptar el sufrimiento de aquella juventud como precio de la quietud de su vejez. No había igualdad entre la vida del uno, en su aurora, y la del otro, en su ocaso.

Da gusto vivir pensó al abandonar su hotel después de haber almorzado rápidamente en un comedor donde sólo quedaban los criados. Paseó toda la tarde por el Bosque de Bolonia, y poco antes del ocaso volvió á los bulevares. Se proponía comer en un restorán, buscando luego á los Torrebianca para pasar juntos una parte de la noche en cualquier lugar de diversión.

La belleza de Milagros no había llegado aún al ocaso en que se nos aparece en la triste historia de su yerno por los años de 75 a 78; pero se alejaba ya bastante del meridiano de la vida. El procedimiento de restauración que empleaba con rara habilidad no se denunciaba aún a mismo, como esos revocos deslucidos por las malas condiciones del edificio a que se aplican.

Se habla de nombrarle ministro de Francia, no dónde; ¿qué me va a suceder si es su alejamiento un destierro sin fin? ¡Qué triste es el ocaso de la vida, después de una continuada existencia de temores! ¿Dónde me refugiaré yo, si no es en la oración, que me calma siempre, como la conversación de un buen amigo justo, poderoso y sabio? ¡Ah! ¡qué felices son aquellos que creen en esta comunicación sensible de la criatura con el Creador del Universo!

Poco a poco fueron enrojeciéndose las paredes de los altos campanarios, los ruidos se hicieron más perceptibles a través del aire algo más húmedo, anchas franjas de fuego se formaron sobre el ocaso hacia el lado en donde se alzaban por encima de las casas los mástiles de los barcos amarrados a la orilla del río.

La escuela estoica, que iluminó el ocaso de la antigüedad como por un anticipado resplandor del cristianismo, nos ha legado una sencilla y conmovedora imagen de la salvación de la libertad interior, aun en medio de los rigores de la servidumbre, en la hermosa figura de Cleanto; de aquel Cleanto que, obligado a emplear la fuerza de sus brazos de atleta en sumergir el cubo de una fuente y mover la piedra de un molino, concedía a la meditación las treguas del quehacer miserable y trazaba, con encallecida mano, sobre las piedras del camino, las máximas oídas de labios de Zenón.

Y los naturales se habían enriquecido vendiendo á metros la luz del sol, el azul del Mediterráneo, el anaranjado de las montañas, las nubes de apoteosis á la hora del ocaso, el abrigo de la lejana roca, que desvía como un biombo el soplo helado del mistral. ¡Y la tenacidad inexplicable de algunas de estas gentes!...

»Abusas de mi bondad respondiome, haciendo un gesto de burla... Pero, en fin, te concedo hasta la puesta del sol. Después no me pidas más. Hasta el ocaso, pues. Vendré por tiHoy continuó el desconocido con desesperación, es el último día de mi vida, el único que me queda!...

En los últimos términos del ocaso columbraba un anfiteatro de montañas que parecían escala de gigantes para ascender al cielo; nubes y cumbres se confundían, y se mandaban reflejados sus colores. En lo más alto de aquel cumulus de piedra azulada Ana divisó un punto; sabía que era un santuario. Allí estaba la Virgen.

Con este la nacion ruda, indiscreta Del Guaranì andaba perturbada, Que introducir pensaba nueva seta Este indio que la tiene levantada. La espantosa señal y gran cometa Que se vido al ocaso levantada, Les dice, cuando fué desparecida, Que la tiene en un c

Palabra del Dia

rigoleto

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