Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !

Actualizado: 7 de junio de 2025


Una estrella de la política francesa, que alboreaba justamente en el ocaso de ésta española, trazó en pocos rasgos, con alguna pasión y poca exactitud, juicio que agregar al de los coetáneos lord Cecil, de Inglaterra; Villeroy, de Francia; el Conde de Miranda y el Comendador mayor de León, de España.

Acabó el renacimiento griego de mas de dos siglos fomentado por los Umeyas; desfalleció el genio árabe del Asia, y el astro de la cultura cordobesa llegó á su ocaso. ¡Cuán cierto era que el altivo Cástor musulman no estaba dotado del aliento divino que ahora mas que nunca empezaba á revelar el Pólux cristiano!

Aquel temor se mezclaba con otro más cruel, el de que mi padre sintiese acaso más comprometida su salud de lo que quería dejar ver. ¡Cómo! Siempre está presente la muerte; en todas las vueltas del camino, en las horas más serenas de la mañana como en el ocaso de la vida, aparece con su misterio y su terrible silencio.

Desea justar con los cinco mantenedores ingleses, y con las armas que cada uno de ellos prefiera y elija. Grande es su confianza, á lo que veo. Pero no es bien prolongar su espera ni tenemos ya mucho tiempo disponible, pues el sol se acerca al ocaso. Á vuestros puestos, caballeros, y veamos si este desconocido iguala con la alteza de sus hechos la arrogancia de sus palabras.

Estaban cerradas todas las puertas; el gabinete envuelto en las tintas pálidas del ocaso; los brillos de las sedas y el relucir de los metales amortiguados por la creciente sombra; la luz escasa parecía aumentar las distancias robando la forma a los objetos, y la mancha negra del ropaje del cura junto a la esbelta figura de Margarita, parecía absorber toda la claridad que penetraba por el ancho hueco del balcón.

El único ruido que alteraba a la sazón el silencio del hermoso paseo de las Delicias, era el saludo que hacían las aves al sol en su ocaso. La inmovilidad del río era tal, que habría parecido helado si no le hubieran hecho sonreír de cuando en cuando la caricia del ala de un pájaro o el salto de algún pececillo juguetón.

Su renacimiento venía de más lejos que el de Miguel. Se olvidó de lo que la rodeaba. Sus ojos continuaron abiertos, pero se habían borrado de ellos el mar, el cielo dulce del ocaso, hasta las ramas de pino que formaban un dosel silvestre sobre sus cabezas. De pronto volvió á contemplarlo todo, encorvándose al mismo tiempo para repeler al hombre.

Por sustraerse a tan horrible espectáculo, apresuró Stein sus pasos, no sin derramar copiosas lágrimas. Así llegó a la cima de otra altura, desde donde se desenvolvió a su vista un magnífico paisaje. El terreno descendía con imperceptible declive hacia el mar, que, en calma y tranquilo, reflejaba los fuegos del sol en su ocaso, y parecía un campo sembrado de brillantes, rubíes y zafiros.

En efecto, ya el sol tocaba a su ocaso, y el mar y el cielo, confundiéndose en el horizonte inflamado, no formaban más que un inmenso círculo de fuego. La cima de las olas centelleaba iluminada por los largos reflejos dorados que venían a extinguirse en las sombras que proyectaban las grandes rocas de la costa.

Durante sus reflexiones se sintió agitada por diversos y encontrados pensamientos, como si se hubiese partido interiormente en dos personalidades distintas. La imagen de Watson la confortaba todavía en estos momentos angustiosos. Era el hombre joven, el dominador, que surge en el ocaso de toda mujer acostumbrada á jugar cruel y fríamente con los deseos de los hombres.

Palabra del Dia

irrascible

Otros Mirando