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Actualizado: 7 de junio de 2025


Todo invitaba amores, alegría, demente desvarío: la tierna alondra, el murmurante río, el sol de ocaso, el fugitivo día. ¿Quién se hubiera cuidado de humanos males ni mundanos dolos? al mío, yo a tu lado, ¡solos, mi bien! hubiéramos estado, sin nuestro tierno amor, nosotros solos.

En torno de él, unos veinticinco segadores españoles formaban corro sentados en el suelo, y los últimos fulgores de la hoguera se reflejaban en sus rostros barnizados por la causticidad del sol. Algunas estrellas empezaban á titilar sobre la púrpura de un cielo ensangrentado por el ocaso. Los campos se extendían pálidos, con los contornos esfumados por la incierta luz del anochecer.

Salida y ocaso de los astros=. Todo el mundo ha visto salir el Sol por las mañanas de debajo del horizonte, elevarse poco á poco en el cielo durante la primera mitad del día, y luego descender, acabando por ocultarse en un punto del horizonte opuesto al de su orto. Examinando con cuidado las estrellas en el curso de la noche, se observa que están animadas de un movimiento análogo al del Sol.

¡La espera! ¡Qué expresivo nombre éste, con el que se designa el puesto donde aguarda emboscado el cazador, y esas horas imprecisas en que todo espera, vacilando entre el día y la noche! El puesto de la mañana, poco antes de amanecer; el puesto de la tarde, cuando el sol se hunde en el ocaso.

No era un enredo vulgar para satisfacción del sexo: era una pasión que endulzaba el ocaso de su madurez y le hacía soñar y sentir á los cincuenta años, con una intensidad que le retrogradaba á la juventud. Y con arrobamientos de adolescente, recreándose en el relato, recordó toda la novela de su amor.

Las nubes del poniente confusamente coloreaban el paso del sol; su luminoso disco se aproximaba á su ocaso, cuando un grito se escapó de todos los labios y una fuerte palpitación se experimentó en todos los pechos. Estábamos en el vértice. Teníamos la profunda sima del volcán bajo nuestros piés.

Parecían un matrimonio bien avenido, aunque sin amor ya a fuerza de años. ¡Bah! decía Visitación con un poco de tristeza verdadera, que daba interés al ocaso de su hermosura ; ¡bah! has caído esta vez de veras, te lo conozco yo. Pero también te digo una cosa: que te va a costar tu trabajo.... Mesía hablaba de la Regenta con Visita con más franqueza que con Paco.

No habia mas que un pequeño círculo, y al clavarse en él la mágica mirada, el círculo se agita, se dilata, va extendiéndose como la aurora al levantarse el sol. Ved, no habia mas que una débil ráfaga luminosa, pocos instantes despues brilla el firmamento con inmensas madejas de plata y de oro, torrentes de fuego inundan la bóveda celeste, del oriente al ocaso, del aquilon al sud.

El rey es aquí un pordiosero que nos pide limosna. Voltaire habla más, infinitamente más, que todo esto. Es una cuna sin sepulcro, un Oriente que no halló su ocaso. Luego vimos la tumba de Rousseau. Es menos tumba todavía que la de Voltaire. Sobre la pared de su sepultura tiene pintada una mano que empuña una antorcha, en significacion de que su inteligencia lo alumbra todo.

Y era dulce, con dulzura inexpresable, el ocaso de aquellos dos ancianitos, que ante la proximidad de la Nada juntaban la nieve de sus cabezas. Murió María Ana Camargo el día 29 de Abril de 1770, y su cuerpo, vestido de blanco, reposa en la iglesia de San Roque. Cerró sus ojos el señor Breuil, el único de sus amados que no conoció la miel de sus besos.

Palabra del Dia

rigoleto

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