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Actualizado: 7 de junio de 2025
Y aquella humilde procesión, bajo la media luz del ocaso, en una región tan oculta por la serranía abrupta, parecía brotar como tosco misticismo de la naturaleza misma del paraje, dulce, pacífico, triste. ¿Comprendió Muñoz aquellas emociones? Sólo le oyó algunos comentarios demasiado semejantes a reflexiones que ella había leído alguna vez.
Era un placer muy picante, según ella. Esto les recordó mejores días. El sol que se acercaba al ocaso, entraba hasta los pies de la cama y envolvía en una aureola a aquella pareja de aturdidos. El calor del fogón, las bromas y la faena habían encendido brasas en las mejillas de Obdulia; una oreja le echaba fuego. Estaba excitada, quería algo y no sabía qué.
Tampoco se hartaba de mirar al mar, encontrándolo siempre distinto: unas veces ataviado con traje azul claro, otras, al amanecer, semejante a estaño en fusión; por la tarde, al ocaso, parecido a oro líquido, y de noche, envuelto en túnica verde oscura listada de plata. ¡Y cuando entraban y salían las embarcaciones!
Hacia el ocaso, al borde del cielo humoso y sombrío, angosta faja de crepúsculo se apagaba despacio como la muriente lumbre de un horno. Desvelado por la grandiosa esperanza que acababa de encenderse en su pecho, no le fue posible dormir un instante en toda la noche.
La roja luz del ocaso la envolvió entonces; su rostro se encendió como un ascua, y por segunda vez le pareció a Baltasar hecha de fuego. Di, hermosa.... Usted... quiere comprometerme... quiere conducirse como se conducen los demás con las muchachas de mi esfera. No por cierto, hija; ¿de dónde lo infieres? No pienses tan mal de mí.
No es muy nueva ni muy original esta observación; pero cada día se nos presentan a la vista la aurora y el ocaso, y cada vez nos sorprenden y admiran, a pesar de su repetición.
Astro unas veces del alba y otras del ocaso, Lucifer, Véspero ó «estrella del pastor», acabó por recibir el nombre de Venus, á causa de su blancura luminosa, igual á la del diamante sobre un pecho femenil. Siente el príncipe en sus ojos una agradable caricia al contemplar este planeta de dulce fulguración. Su nombre simboliza la belleza y el amor.
Lo mismo le ocurría á ella al ver asegurado su bienestar, y convencerse de que su juventud marchaba hacia el ocaso. ¿Por qué no había de conocer su verdadero amor con sus penas y alegrías después de haberse rozado insensiblemente con tantos hombres?... ¡Ah mon vieux! Había que tomar la vida con serenidad filosófica. A cada cual su turno. Después intentaba consolarle hablando del pasado.
Era aquél un cuadro homérico: el sol llegaba al ocaso; las majadas que volvían al redil hendían el aire con sus confusos balidos; el dueño de la casa, hombre de sesenta años, de una fisonomía noble, en que la raza europea pura se ostentaba por la blancura del cutis, los ojos azulados, la frente espaciosa y despejada, hacía coro, a que contestaban una docena de mujeres y algunos mocetones, cuyos caballos, no bien domados aún, estaban amarrados cerca de la puerta de la capilla.
Empezaron á brillar luces en las casas, perforando con sus rojas punzadas la gasa violeta del crepúsculo. Celinda y su acompañante contemplaban el pueblo y el río silenciosamente, como si temieran cortar con sus voces la calma melancólica del ocaso. Váyase, señorita Rojas dijo él de pronto, repeliendo la dulce influencia del ambiente . Va á cerrar la noche y su estancia se halla lejos.
Palabra del Dia
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