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Actualizado: 2 de junio de 2025
Ya me envían una torta de bizcocho, ya un cuajado, ya una pirámide de piñonate, ya un tarro de almíbar. Los obsequios que me hacen no son sólo estos presentes enviados a casa, sino que también me han convidado a comer tres o cuatro personas de las más importantes del lugar. Mañana como en casa de la famosa Pepita Jiménez, de quien Vd. habrá oído hablar sin duda alguna.
Algunos de ellos, que casi eran unos niños, llevaban en el bolsillo el cuaderno de ingresos y gastos, apuntando hasta los cinco céntimos de un vaso de agua en una estación. Sólo se trataban con gentes ricas para aceptar sus obsequios, sin ocurrírseles jamás convidar a nadie.
«Tenían razón en este punto aquellos necios, llegó a pensar Ana; no escribiría más». Pero ella se vengaba de las burlas, despreciándolas y desdeñando los obsequios de aquellos que su orgullo tenía por majaderos aristocráticos. Admitía el culto que se tributaba a su hermosura, pero como algunos hombres eminentes desvanecidos, uno por uno despreciaba a los fieles que se prosternaban ante el ídolo.
Para que Miguel de Zuheros reconociese que no era amor lo que por él sentía, sino gratitud a sus rendimientos y obsequios y cierta vaga e indecisa predilección doña Sol atrajo y cautivó, aunque con menos marcados favores, con menos blandas sonrisas y con miradas menos dulces y más fugaces, a otro caballero de los que en la corte asistían. El remedio fue peor que la enfermedad.
Encontrándome en Legaspi supe que con motivo de aproximarse el pintacasi de dicho pueblo, bullía en las munícipes cabezas, entre otros obsequios, dar una comedia, utilizando únicamente los elementos del pueblo.
De Pas respondía con mal disimulado despego a las coqueterías de Obdulia y no le agradecía siquiera el holocausto que le estaba ofreciendo de los obsequios de Joaquín Orgaz que ella desdeñaba con mal disimulado énfasis. A Joaquinito le llevaban los demonios. «Aquella mujer era una... tal... y lo decía en flamenco para sus adentros.
Pasó por fin la última roca, la Diablura, donde iba la gente de trueno, más atroz en sus obsequios y tenaz en proporcionar ganancias a los almacenes de cristales, y la calma se restableció en la plaza, comenzando a aclararse el gentío. En casa de Cuadros, las señoras, cansadas de permanecer tanto tiempo de pie en los balcones, iban en busca de los mullidos asientos de las salas.
Los señoritos de la ciudad acudieron en torno suyo como moscas al panal. Pero ni sus rendimientos exagerados ni sus ofertas hicieron mella en el corazón de la joven. Prevenida contra sus halagos por la triste suerte de algunas amigas que habían tenido la flaqueza de darles oídos, los rechazaba siempre con ferocidad. En cambio acogía con agrado los rudos obsequios de los braceros; tuvo entre ellos varios novios, y juraba y perjuraba que le gustaban más que los pisaverdes tísicos que la seguían en el paseo.
El amor aquel en algunos de ellos tenía que haber pasado por fuerza, so pena de ser ridículo; los años y la grasa, y la terrible prosa de la existencia pobre y montaraz de allá arriba, habían quitado todo carácter de verosimilitud a cualquier tentativa de constancia amorosa; pero no importaba: Emma se complacía en ver a su lado a los que todavía recordaban con respeto y cariño el amor muerto, y consagraban al objeto de tal culto todos los obsequios compatibles con el natural huraño y brusco de la raza montés.
Pero Isidro rio de su indignación. ¿Qué había de malo en aquello?... Podían seguir dedicándole obsequios de tal clase, si era su gusto, mientras él continuaba tranquilamente en el goce de su buena aventura. Con música, ciertas cosas resultan mejor... Y Fernando acabó por reír igualmente de una broma torpe que ridiculizaba a sus autores. Maltrana le habló luego de Nélida.
Palabra del Dia
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