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Daban la guarda a uno y otro lado de la puerta dos maniquíes vestidos de reyes de armas del siglo XVI, con gigantescas adargas y dalmáticas auténticas de terciopelo morado, bordadas de castillos y leones, y frente por frente, en el otro extremo de la pieza, y en una especie de ancha, alta y profunda hornacina, a que se subía por tres gradas de mármol blanco, había un diván turco, cubierto el pavimento por legítima alfombra de Persia y mullidos almohadones de raso y terciopelo, y decorados el techo y las paredes con mosaicos romanos y de Pompeya, bajos relieves egipcios y brillantes azulejos moriscos.

Carruajes magníficos, elegantes y mullidos, de ocho asientos, donde cojen doce, lo que permite un gran desahogo, tubos de hierro, llenos de agua caliente, perfectamente forrados, se renuevan en cada estacion. Puestos á lo largo, sobre la alfombra de los carruajes, sirven para apoyar los piés, y conservar un grato calor durante la travesía. El servicio de toda la línea no deja nada que desear.

Pasó por fin la última roca, la Diablura, donde iba la gente de trueno, más atroz en sus obsequios y tenaz en proporcionar ganancias a los almacenes de cristales, y la calma se restableció en la plaza, comenzando a aclararse el gentío. En casa de Cuadros, las señoras, cansadas de permanecer tanto tiempo de pie en los balcones, iban en busca de los mullidos asientos de las salas.

Sentados en los mullidos sillones del salón, encontrábanse como en la gloria, sacando hacia fuera los rellenos vientres, que hervían como calderas al fuego de la digestión, y sintiendo subir al cerebro un humillo tenue que al pasar por los ojos tomaba un delicioso tinte rosa. Don Juan dábase cariñosas palmaditas en el vientre.

En primer término, sobre una espléndida alcatifa de Persia, y sentado en mullidos almohadones de seda, admirablemente bordados, se parecía un señor, en la flor de la juventud, cubierto de blanca y rozagante vestidura y coronada la gentil cabeza de un amplio turbante, cándido también, sobre el cual se erguía un airón o copete de rizadas y lindas plumas, sujeto el airón al turbante por una enorme piocha de perlas, diamantes y rubíes, que debía valer un imperio.

Al cabo se oyó el silbido prolongado de la locomotiva; tomamos nuestros asientos en los mullidos vagones, y partimos como el huracán bajo las sombras interrumpidas de las bóvedas del embarcadero y de los túneles del camino ya léjos de la ciudad, la cual parecía un colosal fantasma, de formas extravagantes é indefinibles. En el wagon. Dover. El paso de Calais. La entrada á Francia. Calais. Amiens.

Las burguesas de exuberantes carnes y respiración angustiosa dejábanse caer en los mullidos sillones, fatigadas por tan largo plantón, mientras las niñas correteaban o volvían como distraídas a los balcones, para ver si en la obscura plaza, perfumada de incienso, permanecía aún el grupito de adoradores.