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Actualizado: 27 de junio de 2025
¡Qué vanaglorioso es usted! dijo el diplomático, superando en fatuidad a su amigo . Eso lo dice usted por obligarme a hablar, por obligarme a que revele... No: es secreto de Estado, del cual quizás depende la paz de España y de Europa; no saldrá de mis labios, ni soy hombre que cede fácilmente a las sugestiones de la imprudente amistad. Todo eso es pura farsa. Sepamos de una vez esos secretos.
Habían querido una vez nombrarle concejal; pero él se opuso con todas sus fuerzas. Pero, hombre, ¿por qué no quieres ser concejal? Antes me matan dijo él que obligarme a llevar una levita de cola de golondrina. Esta levita, tan aborrecida por Zelayeta, era el frac que, en ciertas solemnidades de Lúzaro, hay la costumbre de que lo vistan los concejales.
Á todo aquello de que es capaz... Lea se quitó los brazaletes y dijo enseñando en sus brazos las huellas de los dedos de Sorege: Casi me ha roto el brazo para obligarme á desmentir mi declaración... Creo que me hubiera matado... ¿Y has obedecido?
Pensar en que cuatro palabrillas insolentes sobre la moral y la conciencia bastarían a obligarme a aceptar satisfecha la humillación que me impones; suponer que yo, a quien si no conoces debieras conocer, voy a consentir que me arrojes como un trapo sucio, que me arrastres como una cautiva enamorada a los pies de Fernanda para que le sirva de almohadón cuando suba a tu lecho, es el colmo de la estupidez y la fanfarronería. ¿Por qué no me pides también que sea tu madrina de boda?
Y él respondió: como fui, fue por mar, y en una fragata que yo y otros diez poetas fletamos en Bercelona: quando fui, fue seis dias despues de la batalla que se dió entre los buenos y los malos poetas: a que fui, fue á hallarme en ella por obligarme á ello la profesion mia. A buen seguro, dixe yo, que fueron vms. bien recebidos del señor Apolo. Pan.
El fragor de ésta zumbaba en mis oídos como el rumor del mar, a quien generalmente no se hace caso desde tierra. ¿Es tal vuestra impertinencia que queréis obligarme a contaros lo que allí pasaba? Pues oíd.
Cierre usted la puerta, Marenval, dijo fríamente Tragomer. El señor de Sorege querría despedirse de nosotros demasiado audazmente, pero nos cree más necios de lo que somos. ¿Pretenderéis obligarme? exclamó Sorege. ¡Obligar á usted! ¡Qué violento término!
Hasta ayer ignoraba por completo el verdadero móvil que había existido para obligarme a este casamiento, pero, ahora que lo he descubierto, veo cuán hábil y astuta ha sido la mente que lo ingenió. Herberto me buscó desde un principio, según parece, porque había oído al anciano señor Hales hacer una observación casual sobre la misteriosa y gran fortuna de mi padre.
Tres años seguidos he tenido la desgracia de comer de fonda en Madrid, y en el día sólo el deseo de observar las variaciones que en nuestras costumbres se verifican con más rapidez de lo que algunos piensan, o el deseo de pasar un rato con amigos, pueden obligarme a semejante despropósito. No hace mucho, sin embargo, que un conocido mío me quiso arrastrar fuera de mi casa a la hora de comer.
Aceptaron luego; dijéronme su casa y preguntaron la mía. Y, con tanto, se apartó el coche, y yo y los compañeros comenzamos a caminar a casa. Ellos, que me vieron largo en lo de la merienda, aficionáronse, y por obligarme me suplicaron cenase con ellos aquella noche. Híceme algo de rogar, aunque poco, y cené con ellos, haciendo bajar a buscar mis criados y jurando de echarlos de casa.
Palabra del Dia
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