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Actualizado: 16 de julio de 2025


Eran combatientes de todas armas y de diversas razas: infantes, jinetes, artilleros; soldados de la metrópoli y de las colonias; campesinos franceses y tiradores africanos; cabezas rubias, rostros de palidez mahometana y caras negras de senegaleses, con ojos de fuego y belfos azulados, unos mostrando el aire bonachón y la sedentaria obesidad del burgués convertido repentinamente en guerrero; otros, enjutos, nerviosos, de perfil agresivo, como hombres nacidos para la pelea y ejercitados en campañas exóticas.

Era un hombre pequeño y grueso, de cuello corto, rostro mofletudo y rojo, o por mejor decir, morado; los ojos claros y redondos, como trazados a compás; ágil en sus movimientos, a pesar de la obesidad, y fuerte como un atleta.

Su buen humor había desaparecido junio con los colores de su cara; una obesidad grasosa y amarillenta hinchaba su cuerpo; y al fin, un año después de abandonar la tienda, murió sin que los médicos supieran con certeza su enfermedad.

En cuanto a él, siempre que se hablaba de matrimonio, decía riendo: El matrimonio sería para una Epigenesis o cristal pseudomórfico; es decir, un sistema de cristalización que no me corresponde. Sofía era una excelente señora de regular belleza, cada día reducida a menor expresión, por una tendencia lamentable a la obesidad.

Pensativo cabalgaba el corregidor junto á su ilustre huésped y no notó que un caballero de obesidad portentosa y rubicundo semblante se abría paso entre las filas de curiosos y se dirigía precipitadamente á su encuentro. ¡Cómo se entiende, señor corregidor! gritó el recienllegado con esfuerzo tal que se le amorató el rostro. ¿Dónde están las ostras y almejas prometidas para la comida de hoy?

Era una mujer entre los cuarenta años y los cincuenta, que todavía guardaba vestigios algo borrosos de una belleza ya remota. Su obesidad desbordante, blanca y flácida tenía por remate una cabecita de muñeca sentimental; y como gustaba de escribir versos amorosos, apresurándose á recitarlos en el curso de las conversaciones, sus enemigas la habían apodado «Cien kilos de poesía».

No lloraba, pero su grotesca obesidad agitábase con los estremecimientos del niño que hace esfuerzos para tragarse las lágrimas. Pero se le ocurrió a un desalmado de larga historia dejarse coger; lo sentenciaron a muerte y hube de entrar en funciones cuando ya casi había olvidado cuál era mi oficio. ¡Qué día aquél! Nos pusieron en moda. ¡Pero qué moda!

Desde luego se advierte que el carbonato de cal está en íntima relacion con las constituciones escrofulosas, caquécticas, con la edad del crecimiento y con los temperamentos pletóricos ó venosos. Se adapta, pues, á la obesidad, al marasmo y á la atrofia.

Un tufillo grasiento de sopa matinal iba esparciéndose entre los perfumes resinosos de los árboles y el olor de la tierra mojada. Largos barracones de madera y cinc servían á la caballería y la artillería para guardar el ganado y el material. Los soldados limpiaban y herraban al aire libre los caballos, lucios y gordos. La guerra de trincheras mantenía á éstos en plácida obesidad.

En estas visitas solía ver, por la puerta entreabierta del recibimiento, a su cuñada Gregoria, con su aire orgulloso y muy compuesta siempre, a pesar de sus canas y su obesidad; un día tropezó en la escalera con Jacintito, que bajaba los escalones de dos en dos, silbando, de habano y bastón, y no le miró, porque le chocaba mucho este mequetrefe, que jugaba en la Bolsa y tiraba el dinero, que no sabía ganar.

Palabra del Dia

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