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Actualizado: 6 de julio de 2025


Buenos días, mi ruiseñor dijo Stein, que al oírla había salido al patio. Por vía del ruiseñor, ¡ehe, ehe, ehe, ehe! gruñía y tosía Momo , ¡ruiseñor y es la chicharra más cansada que ha criado el estío!, ¡ehe, ehe, ehe, ehe! Ven, María prosiguió Stein , ven a escribir y a leer los versos que traduje ayer. ¿No te gustaron?

No , aunque bien sospecho, quién sea ese cantor que tanto te asusta; pero puesto que hablaste de discreción, yo la tengo bastante para no afirmar sino aquello que no ciertamente y sin duda alguna; mas siendo cierto que entrambos somos discretos, callémonos y soseguémonos, que, o yo me equivoco mucho, o la voz de ese cantor, de oirla hemos, no tan lejos y más a orilla de nosotros.

Aquí no hay caballero que valga; no hay más que un hombre que te quiere, que tiene derecho... ¡Calla, o me marcho! ¡Me oirás! ¿Conque has tenido valor de engañar a un pobre hombre y ahora quieres sentar plaza de virtud arisca? ¡Es tarde! Aun pareciéndole a Cristeta dura y grosera la frase, se alegró de oírla, porque la energía con que don Juan la dijo denotaba sinceridad.

Y al pronunciar Antoñita estas palabras era su acento tan grave y revelaba tal resolución, que Amaury quedó asombrado al oírla. ¡Vaya! ¡vaya! exclamó procurando tomar en broma la afirmación de Antoñita. ¡A otro perro con ese hueso! ¿Va usted a decirme eso a que conozco tanto al feliz mortal que habrá de hacerle mudar de intención?

Debe nutrirse con leche, pollos, huevos frescos y cosas análogas. ¡Cuando yo le decía a usted prorrumpió la abuelita encarándose con el tío Pedro que el señor es el mejor médico del mundo entero! Cuidado que no cante advirtió Stein. ¡Que no vuelva yo a oírla! exclamó con dolor el pobre tío Pedro.

El chico, al oírla, miró iracundo a su madre y a Jacobo, haciendo un gesto amenazador, en que se veía palpitar el hombre bajo la frágil envoltura del niño. ¿Qué? gritó Jacobo desafiándole . Nadie te ha llamado aquí... ¡Vete! Inyectáronse en sangre los ojos del niño, y dio tan fuerte golpe con el tiento, que lo rompió en dos pedazos. ¡No me da la gana! gritó.

Cedía como esos buenos resortes de acero que se doblan con gran esfuerzo, y que se enderezan con la prontitud del relámpago. Entonces abrió la esclusa de sus lágrimas; agotó el arsenal de su ternura y fue durante tres cuartos de hora la más desgraciada y la más enamorada de las mujeres. Cualquiera, al oírla, hubiera creído que ella era la víctima y Germana el verdugo.

Oirla nuestro periodista y dejarse caer al suelo en cuatro patas, fué todo uno. De esta suerte fué caminando sigilosamente hasta que alcanzó de nuevo la puerta, y se salió a toda velocidad. Cuando supuso que estaba ya muy lejos, uno de los parroquianos gritó: Alvaro, ¿sabes quién acaba de estar aquí? ¿Quién? Sinforoso: ahora mismo se ha ido.

Ya no miraba al cadáver sino a la desconsolada mujer, y parecía querer acercársela, juntarse con ella, como para unir los dolores de ambos, para hablarla de la muerta, para oírla hablar de ella.

Usted conoce la Novena Sinfonía, ¿verdad, Gabriel? ¿Y qué experimentó usted al oírla...? A , con la música me ocurren cosas raras: cierro los ojos y veo paisajes desconocidos, caras extrañas; y es notable que tantas veces como oigo las mismas obras se repiten idénticas visiones. Si hablo de esto con las gentes de abajo, me llaman loco. Pero usted es de los míos, y no temo que se burle.

Palabra del Dia

godella

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