Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !
Actualizado: 23 de junio de 2025
Garay de á dó digimos sale á priesa Con su gente, y las balsas que llevaba, Lo que en esta salida le interesa Es el buscar comida que faltaba. Tambien se procuraba hacer presa En el falso Terú que allí moraba: Y oid lo que sucede un dia de Ramos, Que de vista es el cuento que contamos. Por un pequeño rio de boscage Las balsas y la barca caminaban, Cuando vimos venir un gran salvage.
Oíd dijo Quevedo á uno que atravesaba la antecámara, llevando una fuente vacía. ¿Qué me mandáis, señor? contestó deteniéndose el lacayo. Llevad á este hidalgo á donde está su tío. Perdonad, señor; pero ¿quién es el tío de este hidalgo? El cocinero del rey. Seguidme dijo el joven á Quevedo, estrechándole la mano. Nos veremos contestó Quevedo. ¿Dónde? Adiós. ¿Pero dónde? Nos veremos.
Dióle Dios riqueza y poder, y cuna ilustre, y á mí me dió ingenio y dominio sobre los demás, y ojos que saben mirar, y oídos que sin escuchar oyen; somos, pues, uno solo. ¿Y qué me importa á mí de todo eso? dijo la Dorotea. Oíd, oíd, y esperad al fin.
El no haber dado crédito á los sabios consejos de los Misioneros y el admitir de nuevo públicamente la amiga, son la causa de esta mi sempiterna desventura, oid vosotros de buena gana la santa doctrina y poned en ejecución cuanto en bien de vuestras almas se os enseña, para que no vengais conmigo á llorar inconsolablemente en el infierno aquellas culpas y yerros que para borrarlos no me será bastante una eternidad de suplicios.»
Y fray Luis siguió leyendo: «Ese mancebo nos ha entregado, por mano de doña Clara Soldevilla, aquellos papeles, aquellos terribles papeles.» ¿Y qué papeles son esos? A más de impaciente, curioso; son... unos papeles. ¿Y no puedo yo saber?... No: oíd, y por Dios no me interrumpáis. Oigo y prometo no interrumpiros. «A más ha herido ó muerto, para apoderarse de esos papeles, á don Rodrigo Calderón.»
Volved los ojos, y vereis ardiendo De la ciudad los encumbrados techos, Escuchad los suspiros que saliendo Van de mil tristes lastimados pechos; Oid la voz y lamentable estruendo De bellas damas, á quien, ya deshechos Los tiernos miembros en ceniza y fuego, No valen padre, amigo, amor, ni ruego.
La puerta del palacio era pequeña, De cobre, pero fuerte y muy fornida: El quicio puesto, y firme en dura peña, Con fuertes edificios guarnecida. Seguro que del pelo y de la greña, Del viejo del portero, que es crecida, Pudieramos hacer un gran cabestro: Oid pues del viejazo el mal siniestro.
Doña Ana continuó: Amaba yo á don Hugo por cuantas razones puede amar á un hombre una mujer; me enamoraba y me enorgullecía. Pero fuí muy desgraciada en mis amores. No los logré. ¡Cómo! ¿Pues no sois su viuda? Oíd, señor, oíd: cuando estuve ataviada como una dama, don Hugo zarpó de nuevo y tomó rumbo para Barcelona; durante la travesía me trató con el mayor respeto.
El fragor de ésta zumbaba en mis oídos como el rumor del mar, a quien generalmente no se hace caso desde tierra. ¿Es tal vuestra impertinencia que queréis obligarme a contaros lo que allí pasaba? Pues oíd.
5 todavía, porque esta viuda me es molesta, le haré justicia, porque al fin no venga y me muela. 6 Y dijo el Señor: Oíd lo que dice el juez injusto. 7 ¿Y Dios no defenderá a sus escogidos, que claman a él día y noche, aunque sea longánimo acerca de ellos? 8 Os digo que los defenderá presto. Pero cuando el Hijo del hombre viniere, ¿hallará fe en la tierra?
Palabra del Dia
Otros Mirando