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Actualizado: 19 de julio de 2025


Y hasta es posible que me dieran una palizaSe alejó cosa de veinte pasos y se detuvo nuevamente. El aire iba siendo más frío. Su gabán casi no le abrigaba. Al meterse la mano en el bolsillo, encontró el periódico. Casi estuvo a punto de llorar de rabia.

Llegamos á San Luis, y renace nuevamente la calma; en San Luis está Mendieta con su columna, y también está Capmany, el héroe de Yarayabo, irreprochablemente vestido de facineroso. ¡Por fin! ¡¡Santiago!! La bella Santiago, como la bella Habana, no ha perdido su aspecto normal.

Y acá hace nuevamente su aparición el condenado hijo de la Pepa; ¡ay de la carta que caía en sus manos!

Y separando nuevamente los brazos que le aprisionaban y sonriendo sarcásticamente, retrocedió algunos pasos y se fue. Clotilde le miró estupefacta: después cayó desmayada en el diván.

Pero un instante después se reduplicaba ésta con renovado dolor, porque en aquel breve momento había pecado nuevamente. ¿Había Ester pecado sola? Su imaginación estaba un tanto afectada, y á haber poseído menos fibra intelectual y moral, se habría afectado aun mucho más, en consecuencia de la soledad y de la angustia continua en que vivía.

No son ladrones los que yo quisiera perseguir, sino á ciertos sujetos que hacen el daño sin interés, sólo por capricho ó por fachenda. Pues ve tras ellos y buenas noches, que yo no puedo detenerme dijo Velázquez con voz ya levemente alterada, tratando de alejarse. Pero el mozo se le interpuso nuevamente, diciendo con resolución: Dejémonos de guasa, señor Pedro. ¿Va usted á ver á Mercedes?

Sin comprender claramente y todavía paralizado de terror, no se movió Manuel... Nuevamente impacientado el hidalgo gascón, le aplicó un leve puntapié en un sitio que por decoro nadie nombra, salvo los gascones, gritando: ¡Anda pronto a traer esas botellas, holgazán del infierno! Ni tres minutos pasaron antes de que Manuel volviera con las botellas y dos copas.

Mi padre la recogió, a fin de concluir la lectura. Yo vi que apretaba nuevamente las cejas, tiraba de una comisura del labio hacia arriba, inflando así la mejilla, la cual se arrascaba, indicio de contrariedad. Antes había dejado caer la carta al llegar a lo de la herencia.

Puestos nuevamente el uno frente al otro, la Natzichet se había corregido, declarando que creyó oír su voz, pero sin duda en su sobreexcitación se había engañado.

Más admisible era que, si existía un delito, se tratara de un delito de amor. ¿No habría el Príncipe muerto por celos a la Condesa, enamorado nuevamente de ella después de haberla dejado de amar? ¿Y de quién podía haber estado celoso, sino de ese Vérod que se mostraba tan afligido de la muerte de la Condesa, y asumía, sin que nadie se lo pidiera, el papel de acusador y de vengador? ¿O no sería más bien la extranjera quien había cometido el crimen, celosa del amor que tenía por la italiana el hombre que ella amaba?... El delito, quien quiera que fuese el culpable, cualquiera que fuese el móvil, no podía tampoco haberse consumado sin que entre el asesino y la víctima hubiera habido una lucha, aun cuando hubiera sido muy breve; pero ni en el cuarto mortuorio ni en la persona de la muerta se hallaba el menor vestigio de esa lucha.

Palabra del Dia

gallardísimo

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