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Actualizado: 4 de junio de 2025


Una mañana, avanzando lentamente entre la muchedumbre, notó que le seguía una mujer. Tal insistencia no podía enorgullecerle. Era una hembra cuarentona, de pecho prominente y sueltas ancas, una cocinera con la cesta en el brazo, igual á muchas otras que pasaban por la Rambla de las Flores para unir un ramo á la diaria compra de víveres.

El secretario miró con cierta inquietud al P. Sibyla y al P. Irene. Lo gordo iba á salir. Ambos se prepararon. La solicitud de los estudiantes pidiendo autorizacion para abrir una Academia de Castellano, contestó el secretario. Un movimiento general se notó entre los que estaban en la sala y despues de mirarse unos á otros fijaron sus ojos en el General para leer lo que dispondría.

Tal vez notó una crispación en el rostro de Julio. Pero estaba excitada por el recuerdo de aquella despedida, y después de una larga pausa no pudo resistirse al deseo de seguir exteriorizando su pensamiento. En la entrada de la estación, mientras besaba por última vez á su hermano, había tenido un encuentro, una gran sorpresa.

Ana, entonces, no pudo evitarlo, lloró, lloró, sintiendo por aquella Inés una compasión infinita. No era ya una escena erótica lo que ella veía allí; era algo religioso; el alma saltaba a las ideas más altas, al sentimiento purísimo de la caridad universal... no sabía a qué; ello era que se sentía desfallecer de tanta emoción. Las lágrimas de la Regenta nadie las notó.

Rato hacía que Roger contemplaba con interés y no sin alguna alarma el rostro de la noble esposa de Duguesclín, que hundida en su sillón parecía últimamente ajena á cuanto en torno suyo se decía, brillantes los ojos, fija la mirada y empalidecidas las mejillas. Notó Roger que Duguesclín observaba también á su esposa, inquieto y trémulo. ¿Qué tenéis, esposa mía? le preguntó.

»¡Me gusta tanto tomar su brazo cuando salimos! Pero, naturalmente, mucho mejor es cuando él torna el mío. Entonces me siento casi orgullosa de que mi papacito, un hombre tan fuerte y grande, se apoye en ; me parece que le sirvo de algo; pero después me entra un terrible miedo de no servir en realidad para nada... »Es necesario que yo diga a papá una cosa que noto desde hace días.

Don Álvaro veía a la Regenta envuelta en aquella claridad de batería de teatro y notó en la primer mirada que no era ya la mujer distraída de aquella tarde.

Estoy como aquel a quien se le ha caído una casa encima. Mi salud se resiente de todas estas cosas: dígale usted al Sr. Vélez de Rada que cuando me vea, ya no le voy a gustar... ahora mismo se me va la cabeza, y noto unos desvanecimientos muy fuertes. Adiós, Padre; aconséjeme usted, porque no lo que me pasa.

Nunca se había visto enfrente del Provisor, a quien temía por los rayos que manejaba, pero nada más hasta el punto que un gigantón salvaje puede temer a quien puede aplastar, en último caso, de una puñada. Notó don Fermín que Contracayes estaba más aturdido que atemorizado. Saludó el cura con un gruñido, y el Provisor no contestó siquiera.

El efecto de mi presencia se notó desde luego en la guarnición de Zenda, cuyos oficiales y soldados desaparecieron de la población y sus cercanías para encerrarse en el castillo, donde reinaba la más perfecta vigilancia, como pudieron observarlo mis amigos en sus exploraciones. No veía medio practicable de socorrer al Rey y a la señora de Maubán. El Duque me retaba sin disimulo.

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