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Actualizado: 12 de mayo de 2025
Repentinamente sentí una como ráfaga de melancolía y dirigí la mirada hacia el retrato. Me estremecí al verlo, y noté que mi amigo sufrió idéntica impresión. Nos miramos ambos, y él, poniéndose de pie, dijo en voz muy baja: ¡Está llorando! Yo asentí con la cabeza, y mi compañero con paso quedo, salió de la estancia y cerró la puerta tras sí, cuidadosamente.
Tardó en contestarme; noté eso, que tardaba en hablar. En fin, encogiendo los hombros, me dijo: «Sí, efectivamente, para gastos preliminares, de preparación... pero tengo orden, ahora que me acuerdo, de pagar a usted inmediatamente ese dinero». Yo, la verdad, extrañaba que haciendo tan pocas horas que usted había recogido los cuartos... pero a mí, ¿quién me metía en averiguaciones?, ¿no es eso?
Trató de ocultarme lo que estaba haciendo; pero, despertada mi curiosidad, noté en el acto cómo las había arreglado, y ese hecho mismo me demostró qué cifra tan notablemente ingeniosa había descubierto. El anciano se calló un momento, como si vacilara referirnos toda la verdad del asunto.
Ninguno manifestó la menor sospecha y sentí que iba recobrando la serenidad y que mi corazón latía menos apresuradamente. Pero Tarlein seguía pálido y noté que le temblaba la mano al dársela al General. El cortejo formó frente a la estación, donde monté a caballo, teniéndome el estribo el anciano General. La ciudad consta de una parte antigua y otra moderna.
Noté, además, que, contra el uso común de las iglesias mexicanas, en ésta había bancos para los asistentes, bancos que entonces se habían duplicado para que cupiese toda la concurrencia, de modo que ninguno de los fieles se veía obligado a sentarse en el suelo sobre el frío pavimento de ladrillo.
Sin embargo, noté que el dueño de la casa estaba preocupado y silencioso, y cuando se hubieron despedido todos los demás y quedádonos solos con él Federly y yo, empecé a bromear a Beltrán, hasta que exclamó, dejándose caer en el sofá: ¡Pues nada, que tienes tú razón y estoy enamorado, perdidamente enamorado! Así escribirás mejores versos le dije por vía de consuelo.
He estado haciendo ciertas averiguaciones. ¿Y qué ha descubierto? Varios datos que tienden más bien a aumentar que a aclarar el misterio que rodeaba a su pobre padre. Noté que su rostro estaba más pálido que cuando me había ausentado de Londres, y que parecía enervada y extrañamente ansiosa.
Al contrario, noté con asombro que se dirigía a él con preferencia a nosotros, cual si creyese que, por amarla también, era el único capaz de entender y apreciar su dolor. El tema constante de su discurso era que mucho más valía que se hubiera muerto él, ya que de nada servía en este mundo. Parecía irritado con Dios por haber cometido aquella equivocación tan lamentable.
Yo no puedo negar que le profesaba estimación y cariño. Durante el tiempo que fue mi confesor, jamás noté en él más que una estimación espiritual a veces, no siempre, porque ordinariamente se manifestaba severo y poco comunicativo. No hice aprecio de esto, ni tampoco de que alguna vez al despedirnos me retenía la mano entre las suyas largo rato.
El duque dio nuevas órdenes como se tratase a don Quijote como a caballero andante, sin salir un punto del estilo como cuentan que se trataban los antiguos caballeros. Capítulo XXXIII. De la sabrosa plática que la duquesa y sus doncellas pasaron con Sancho Panza, digna de que se lea y de que se note
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