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Actualizado: 20 de junio de 2025


Los síntomas que indican con preferencia el carbonato de cobre y que pertenecen esencialmente á esta sal, son: tos seca, marasmo, pérdida de las fuerzas, color amarillento, sudores nocturnos, estreñimiento y cólicos; los siguientes indican mejor el acetato y forman parte de su sintomatología: marasmo, cara pálida y hundida, palpitaciones con esputos sanguinolentos, respiracion difícil, contraccion dolorosa del pecho, inquietud, agitacion continua, lengua húmeda, sed viva, pulso pequeño.

Salió un perrazo estirando el cuello, como si fuese a: ladrar de hambre; después, dos hombres con la gorra hasta las cejas, envueltos en capas de pañol pardo. El campanero sostuvo la cancela para que saliesen. ¡Vaya, buenos días, Mariano! dijo uno de ellos a guisa de despedida. Buenos nos los Dios... y dormir bien. Gabriel reconoció a los guardianes nocturnos de la catedral.

Las circunstancias anormales porque pasaba el país con la sequía de cuatro meses y es preciso saber lo que esto supone en Misiones hacía que los perros de los peones, ya famélicos en tiempo de abundancia, llevaran sus pillajes nocturnos a un grado intolerable. En pleno día, Cooper había tenido ocasión de perder tres gallinas, arrebatadas por los perros hacia el monte.

Un ruido a lo lejos, una voz, el aleteo de los pajarracos nocturnos, el chillido de las alimañas invisibles, el ladrido de un perro, les hacían ocultarse, tenderse en el suelo entre los jarales punzantes, sofocados por el peso de la mochila. Al partir del campo fronterizo de Gibraltar pagaban por trasponer la línea del resguardo.

Tendré que aburrirme sin poder bailar... y eso que voy con tres hombres. ¡Qué suerte la mía! Pero alguien intervino como si hubiese escuchado sus quejas. Torrebianca hizo un gesto de contrariedad. Era un joven danzarín, al que había visto muchas veces en los restoranes nocturnos.

En los nocturnos mercados de la plaza de Daraga, se ven no pocos irreprochables patadeones festoneados de hilo de seda, llevados con toda la desenvoltura que consiente la escasez de la tela, por graciosas vendedoras de olorosas sampaguitas, delicadísima flor que crece en gran abundancia en aquellos campos.

La había creído igual á todas las que languidecían en sus brazos siguiendo el ritmo complicado de la danza. Después la encontró distinta. Las resistencias de ella á continuación de las primeras intimidades verbales exaltaron su deseo. En realidad, nunca había tratado á una mujer de su clase. Las de su primera época eran parroquianas de los restoranes nocturnos, que acababan por hacerse pagar.

Su talento poético prematuro, causa de que se le mirase como la perla de la Academia de los nocturnos, le granjeó la amistad de los más famosos poetas valencianos, como Tárrega, Aguilar y Artieda, y los favores de los grandes más poderosos de su tiempo.

En el Casino leía los periódicos de La Costa: conciertos nocturnos al aire libre, giras campestres, regatas, de todo esto hablaban; ¡cuánta gente! ¡cuánta música! ¡teatro, circo! barcos, grandes vapores ingleses... y el mar... el mar inmenso.... ¡Aquello era divertirse! Don Víctor suspiraba y se volvía a casa. «No estaba la señora». Pero estaba Kempis. Allí, abierto, sobre la mesilla de noche.

El silencio poblado de chasquidos de maderas y correteos de animales invisibles, la caída inexplicable de un cuadro ó de unos libros apilados, le hacían paladear una sensación de miedo y de misterio nocturnos bajo los chorros de sol que entraban por los tragaluces. En esta soledad se encontraba mejor. Podía poblarla á su capricho.

Palabra del Dia

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