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Actualizado: 20 de junio de 2025
Los dueños de restaurants nocturnos veíanse obligados a dividir sus establecimientos en una especie de compartimientos estancos a fin de contener el ímpetu de los comensales. Cada uno de aquellos compartimientos era algo así como una pequeña fortaleza en donde el trasnochador se encontraba relativamente a salvo de agresiones.
Y si se deja pasar delante a la dama, ninguno de los nocturnos rondadores se detendrá en su carrera loca, aunque oiga el tiro que corta la vida de su rival, aunque tropiece en el camino su ensangrentado cadáver, aunque el tufo de la pólvora le diga: «¡Al final de tu idilio está la muerte!». No, no se pararán.
Después de cenar parcamente, Gabriel abrió un libro que llevaba en la cesta y púsose a leer a la luz de su linterna. De vez en cuando levantaba la cabeza, distraído por el revoloteo y los gritos de los pajarracos nocturnos, atraídos por el resplandor extraordinario del bosque de cirios. Transcurría el tiempo lentamente.
Tal vez pintaba de noche, valiéndose de procedimientos nuevos. ¡Los hombres inventan ahora tantas diabluras!... Desnoyers conocía estos trabajos nocturnos: escándalos en los restoranes de Montmartre, y peleas, muchas peleas.
De su voz ¡voz traidora!, no se había vuelto a acordar en mucho tiempo, a no ser para cantar en tabernas y paseos nocturnos, para solaz de los compañeros del hampa, o seducción de alguna mozuela, que además habría de pedir otra paga.
Está bien, yo me encargo de curarte la enfermedad. Se acordaba de la impresionabilidad extraordinaria, de los terrores nocturnos que avergonzado le había confesado Luis en momentos de expansión. Principió a darle sustos terribles. Tan pronto se escondía detrás de una puerta y le gritaba fuertemente al pasar, como la cogía descuidadamente y la apretaba el cuello.
Los besos que tan profundamente le turbaban tenían algo más que la caricia de la mujer: era el perfume embriagador y malsano de todas las corrupciones y locuras de la tierra; el olor concentrado de un mundo que había corrido loco hacia su belleza como los pájaros nocturnos se agolpaban a la luz del faro.
No se le curó el miedo; en cambio le quedó desde entonces una propensión fatal a los síncopes y a los terrores nocturnos. Despertábase de improviso con señales de gran espanto, mirando fijamente a un punto del espacio, como si tuviera delante algún fantasma. El corazón le palpitaba vivamente, la frente se le cubría de sudor. En tales momentos perdía por completo la conciencia.
Los síntomas de arsénico le colocan antes del azufre, el hierro, el mercurio y el subcarbonato de potasa en las leucorreas con sensacion de ardor, fiebre lenta, caquexia y síntomas locales subinflamatorios. Su indicacion en las afecciones reumáticas está en la subagudeza con mejoría de los dolores, por el calor y sudores, casi siempre nocturnos ó matutinales.
Los robos, asesinatos y otros escándalos nocturnos se multiplicaban y para remediarlos juzgó oportuno su excelencia promulgar bandos, previniendo que sería aposentado en la cárcel todo el que después de las diez de la noche fuese encontrado en la calle por las comisiones de ronda.
Palabra del Dia
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