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La puerta estaba abierta y ella entró pasando por la nieve, como un petirrojo muerto de frío y de hambre. ¿No me dijisteis que la puerta estaba abierta? dijo Silas con aire pensativo , ; la puerta estaba abierta. El dinero se me fue no dónde, y esta niña me vino no cómo. Marner no le había dicho a nadie que ignoraba cómo había entrado la niña.

Mucho se había hecho admirar el apasionado húngaro en el comienzo de la fiesta; mas, aquella arrebatadora fantasía, aquel desborde de notas; ora plañideras, ora terribles, que parecían la historia de una vida, aquella, que fue su última pieza de la noche, porque nadie después de ella osó pedirle más, vino tan inmediatamente después de la aparición de la señorita Sol del Valle, orgullo desde hoy de la ciudad que todos reconocimos en la improvisación maravillosa del pianista el influjo que en él, como en cuantos anoche la vieron, con su vestido blanco y su aureola de inocencia, ejerció la pasmosa hermosura de la niña.

Placíale a la niña dar esta muestra de habilidad a su padre, quien, sentado en un banco, la miraba... ¡y de cuando en cuando también miraba al cielo!... Beatriz, anonadada, habíase sentado también a algunos pasos de distancia, oculta entre la sombra de los árboles. Al cabo de un instante, Fabrice exclamó: ¡Marcela! ¿Qué, papá? y vino corriendo.

En cuanto a la nihilista, su vida no estaba, como la de Zakunine, llena de atrocidad, y la dureza de la suerte que la había dejado sola a la edad de veinte años, la profundidad de sus estudios y la altura de su inteligencia, hablaban en su favor; pero el juez no perdonaba a una mujer, a una niña, el sangriento ideal de la destrucción, y si en algún momento se inclinaba a excusarlo, ese vínculo con el Príncipe le parecía sin excusa.

5 Sustenta mis pasos en tus caminos, para que mis pies no resbalen. 7 Haz maravillosas tus misericordias, salvador de los que en ti confían, de los que se levantan contra tu diestra. 8 Guárdame como lo negro de la niña del ojo, escóndeme con la sombra de tus alas. 11 Nuestros pasos nos han cercado ahora; puestos tienen sus ojos para echarnos por tierra.

Cuando una peña se la ocultó, dejó caer las manos con dolor: después se limpió las mejillas, que estaban húmedas. Llevaba el corazón tan henchido de amor, de admiración, de entusiasmo, que Julita se vio necesitada a sufrir a diario, por algún tiempo, las descripciones que le plugo hacer de la bondad, sencillez e inocencia de la niña de Pasajes.

Y dentro de mi corazón adopté a aquella niña. Una adopción paternal, pura, desinteresada. Había en Amparo algo que dilataba mi alma.

Consideró, con todo, que tan prodigiosa alhaja tenía sobrado precio para usada de diario, y la guardó en su cajita y la ocultó con cuidado entre sus más estimados tesoros. Pasaron años, y marido y mujer vivían aun muy dichosos. El hechizo de su vida era la niña, que iba creciendo y era el vivo retrato de su madre, y tan cariñosa y buena que todos la amaban.

Ve a pedir la bendición a tu padrino. La niña se dirigió al gabinete. Estas prácticas del tiempo pasado placían mucho al señor de Quiñones. Josefina se acercó a él con timidez. Aquel gran señor paralítico le infundía siempre miedo, aunque procuraba disimularlo porque así se lo había ordenado su madrina. Señor, la bendición dijo con voz apagada. El alto y poderoso maestrante no hizo caso.

Al llegar los frailes a Inhiesta, Angustias había desaparecido. La dueña de la hospedería les entregó un papel que la niña había olvidado en la habitación. Era la carta de Xuantipa.