Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !
Actualizado: 23 de mayo de 2025
Lorente, en su Historia, habla de un acontecimiento que tiene alguna semejanza con el proceso del falso nuncio de Portugal. «Un pobre gallego dice que había venido en clase de soldado y ejercido después los poco lucrativos oficios de mercachifle y corredor de muebles, cargado de familia, necesidades y años, se acordó que era hijo natural de un hermano del cardenal patriarca, presidente del Consejo de Castilla, y para explotar la necedad de los ricos, fingió recibir cartas del rey y de otros encumbrados personajes, las que hacía contestar por un religioso de la Merced.
¡Señora! balbuceó el marqués con emoción y dificultad ; sería en mí una necedad insigne pensar siquiera... por más que halagase mi amor propio... Sin duda he comprendido a usted mal...
Sentía ahora no haber ido. ¿Por qué no había querido acompañar a María Teresa al Casino? ¿No era su más grande felicidad verla, estar a su lado? ¡Qué necedad dejar escapar aquellos minutos preciosos en que la habría visto vivir y moverse en aquella decoración de lujo y alegría!
Sonrió con desdén Navarro, y como si su hermano hubiese dicho una gran necedad, le contestó de este modo: ¿Pero no sabes, pobre hombre, que ese infeliz Zumalacárregui fue hecho prisionero en la Rioja, conducido a Estella, en cuya cárcel se agravó su enfermedad del hígado, y después trasportado en un carro a Pamplona? ¿No sabes que está en el hospital con un mal gravísimo, que algunos tienen por hepatitis y otros por locura? ¡Lástima de hombre! le aprecio mucho y deseo que sane.
Perdóneme y olvide. Déjeme con mis penas. Ahora sé que me ha amado, pero es... No pudo terminar la frase, porque se bañó en lágrimas. Sé lo que quiere usted decir le dije confundido. Demasiado tarde... sí, demasiado tarde. Nuestras dos existencias han sido destruidas por mi necedad... porque le oculté lo que como hombre sincero y honrado debía habérselo dicho hace ya mucho tiempo.
Necio de él, que, en su candorosa necedad, creyó que alguna vez serían recompensados sus trabajos, si no con dinero, ¡sí con estimación y cariño! ¡Pobre tonto que tuvo la esperanza de encontrar allí brillante y risueño porvenir, trabajo para toda la vida, modesto bienestar! Se va.... ¡Quiera Dios que salga de allí con la reputación intacta!
Iba yo muy entretenida con lo que me decía, pero escuchándolo sin responder, intimidada por sus brillantes ojos, que se posaban a veces en mí como un relámpago, y avergonzada por la necedad de mi silencio, cuando el señor Kisseler vino involuntariamente en ayuda de mi torpeza.
«Don Fermín padecía», pensaba el pobre don Francisco y sin querer, con gran remordimiento, él se alegraba un poco, gozaba el placer de una venganza... «irracional... injusta... todo lo que se quiera... pero gozaba acordándose de su hija muerta». Sí, don Fermín padecía. «Aquella necedad del tendero de enfrente era una complicación».
Por esto el alabarse á sí mismo es gradísima necedad, porque como cada uno se estima tanto, creen los demas que se alaba por amor propio, y por la estimacion que se tiene, y no con justicia; y como el que se alaba irrita al amor propio de los demas, él mismo hace que los que escuchan las alabanzas, las miren con tedio, como opuestas á su grandeza, y así estan menos dispuestos á creerlas.
El que esperaban de Cataluña, para empezar la danza.... ¡Pero ha visto usted, caballero, qué estupidez! pretender que esta nación heroica sea gobernada por una reina en mantillas. Una necedad, sí señora. Porque usted será indudablemente de los primeros espadas en esta sacratísima guerra que se prepara. De los primeros no... mas.... No sea usted modesto.
Palabra del Dia
Otros Mirando