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Actualizado: 18 de junio de 2025
Hice seña á los mozos del equipaje de que me siguieran, y antes de un minuto estaba hablando con los garçones del hotel. ¿Combien voulez-vous payer? La señora del hotel es gruesa, de alguna edad, y fea. Á mí me pareció un ángel, ó como dijera un novelista moderno, una vírgen aérea de Rafael ó de Murillo.
La duquesa se encogió de hombros, con muestras de grande impaciencia. Pues no dice eso el manifiesto que se negó a firmar Bravo Murillo dijo. Tampoco dice lo contrario. Entonces...
Si se prescinde en el arte español de las Concepciones de Murillo, y en las escuelas flamencas de las antiguas Vírgenes, representadas con sin igual ingenuidad y pureza, ¿qué semblante hay más noble y divinamente humano que el de la Virgen de este lienzo?
Rita tenía el blanco mate limpio y uniforme de las estatuas de mármol; su hermoso cabello era negro; sus ojos, notablemente grandes, de un color pardo oscuro, guarnecidos de grandes pestañas negras y coronados de cejas que parecían trazadas por la mano de Murillo.
Los veintitres cuadros que forman esa coleccion fueron elaborados durante un encierro voluntario á que se condenó el piadoso artista, asilado en el convento de capuchinos de Sevilla. Es bien sabido que Murillo nunca empezaba una obra sin haber comulgado, lo que prueba cuán hondamente lo impresionaba el sentimiento religioso.
No digas esas cosas, Rorró, solía decirme, porque no las creo. ¡Si me pintas hermosa y gallarda como una virgen de Murillo! Dime en prosa, aquí, hablándome, que me amas mucho, mucho, y me tendrás contenta, satisfecha y feliz. Angelina no era hermosa como una virgen de Murillo, pero sí lo era como alguna de Rafael, como la Madona de la silla.
Tú, metal terrible, compras la sublime Concepcion de Murillo, pero no la pintas; compras el Quijote, pero no lo escribes; compras el pensamiento de Santa Teresa, pero no lo creas, ni lo juzgas. Compras la chispa eléctrica, pero no sientes su calor divino; compras la flor sencilla y perfumada; pero no sientes su divino aroma. ¡Gime, tirano de mi siglo, gime!
Extrañaba mucho aquel desusado armatoste, y cuando se lo veía en la sombra, parecíale de tres o cuatro palmos de alto. Dentro de casa, creía que tocaba con su sombrero al techo. Pero en orden de chisteras, la más notable era la de D. Basilio Andrés de la Caña, que lo menos era de catorce modas atrasadas, y databa del tiempo en que Bravo Murillo le hizo ordenador de pagos.
Y además, desconfiaba ella mucho de la actitud de esta e ignoraba hasta qué punto podría contarse con ella para los trabajos de la Restauración... Cierto que su amistad con la reina destronada había sido siempre íntima, leal y consecuente, pero le constaba a ella de buena tinta que Bravo Murillo tuvo la impertinencia de comunicar a la marquesa la respuesta dada por el arzobispo de Valladolid a la consulta de si la Restauración había de conservar o no la unidad católica, y esta no podía ser más terminante: «No era lícito a ningún partido político prescindir de ella». Que era esto una tontería, una chochez del arzobispo, corriente.
Cuna de ellos y madre, y fecunda, ha sido siempre Sevilla, no escaseando tampoco los pintores y los escultores, y llegando a poseer glorias tan esclarecidas como Herrera, que en tiempos de Cervantes vivía, y Velázquez y Murillo, que después vinieron, con otros muchos, que de sí han dejado imperecedera fama.
Palabra del Dia
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