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Actualizado: 18 de junio de 2025


Contemplando los lienzos de Juan del Castillo y viendo aquel modo de ejecutar un tanto frío y académico, viene enseguida á la memoria la enseñanza que dió á Murillo, resaltando al punto cómo éste nada conservó de su maestro, y haciéndose de un estilo propio, con el cual fundó una escuela y del que tuvo tantos fervorosos admiradores.

Quien da algunas noticias, pero muy vagas y generales, es el P. F. Diego Murillo que escribió sobre las excelencias de Zaragoza, y asistió como religioso de S. Francisco al entierro del Justicia de Aragon D. Juan de Lanuza, decapitado en 20 de diciembre de 1591, pues al hablar de la ALJAFERÍA dice tan solo «que es palacio real, alcázar y casa de placer, que fué de los reyes moros, fundada por el Rey Abenalfage, que fué el 4.º de los que reinaron en Zaragoza, cerca de los años del señor 864.

Eran los vehículos de los traperos, unas cajas descubiertas de las que tiraban pequeños borricos. Los dueños iban tendidos en el fondo, continuando su sueño, con la tranquilidad que les daba el estar a aquellas horas la calle de Bravo Murillo libre de tranvías.

Y con todo, por una extraña negligencia, se ignora el nombre del arquitecto que trazara el plan de tan grandioso monumento. Allí se revela en obras inmortales el genio de Murillo, de Herrera y otros grandes maestros, al lado de muy superiores escultores.

Así como estaba, espléndidamente ataviada, con sus ojos azules y profundos, que brillaban de emoción, y las mejillas de leche y rosas levemente coloreadas, era una figura de singular belleza, que ofrecía muchos puntos de semejanza con la Virgen rubia de Murillo que vemos en el Museo de Madrid.

Se lo regaló a Carmela, cuando vivía papá, un pintor de Madrid que pasó aquí unos días dijo Nuncita. ¿Eras joven? preguntó gravemente Paco dirigiéndose a Carmelita. , muy jovencita. ¿El pintor tenía fama? Mucha. Entonces ya quién era, Murillo. No; me parece que no se llamaba así. Entonces sería Velázquez. Ese nombre ya me suena más.

; yo adoro esa cúpula; yo adoro la pintura que se custodia en un palacio que veo desde aquí. Puesto delante de la Concepcion, yo adoro á Murillo. Puesto delante de la cúpula de los Inválidos, adoro á Mansard, sea ó no sea francés. Si Mansard fuese la Francia entera, yo adoraria toda la Francia.

Al fijarse sus apagados ojos en aquel montón de cabecitas rubias y negras, que atentamente le miraban, apiñadas y expresivas como los angelitos de una gloria de Murillo, comenzó a balbucear, y las lágrimas le cortaron la palabra. ¡No lloro porque os vais! pudo decir, al cabo . ¡Lloro porque muchos no volverán nunca!...

El joven asintió. Todo aquello lo había leído muchas veces en la introducción del gran catálogo de la casa; un cuaderno con vistas de las bodegas de Dupont, y sus numerosas dependencias, acompañadas de la historia de la casa y de elogios a sus elaboraciones; la obra maestra de don Ramón, que el amo regalaba a los clientes y visitantes con una encuadernación blanca y azul, los colores de las Purísimas pintadas por Murillo.

Torna la mágica fuerza en el siglo XVII á los Países Bajos y produce esa maravillosa explosión donde los pintores ya no se cuentan por cientos, sino por millares. Nuestra patria se siente arrastrada por Italia y por Flandes al cielo de la belleza, y hace brotar de su seno la famosa escuela española con Zurbarán, Ribera, Velázquez y Murillo. ¿No es verdad que parece un contagio?

Palabra del Dia

rigoleto

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