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Actualizado: 13 de octubre de 2025


Cuando iba a tomar gusto por los placeres prohibidos, es él quien me ha vuelto al de los placeres permitidos... Y si su mujer no es hoy una mujer mundana, es quizá a él a quien lo debe usted... y quiere usted matarle, ¿es eso justo y honorable? Diga. Justo o no, haré lo que pueda; se lo prometo; vamos, déjeme.

Todos encuentran seres simpáticos, son las buenas fortunas de la vida mundana; en la movilidad y extensión de las relaciones parisienses, no duran con frecuencia más que el espacio de una comida, u otra reunión. Gustan uno de otro, llegan a exaltarse, confíanse sus secretos, llegan casi hasta a amarse, y no vuelven a verse hasta el año siguiente. Hay que empezar de nuevo.

No es, pues, el escrúpulo que me asalta hoy el de mi orgullo, el de tener sobrada confianza en mismo, el de ansiar gloria mundana, o el de ser sobrado curioso de ciencia; no es nada de esto; nada que tenga relación con el egoísmo, sino en cierto modo lo contrario.

Blanca bailaba como una inglesa de la vieja estirpe; sin reservas, pero también sin el grosero materialismo de una mundana; de vez en cuando, los vaivenes ondulantes del vals en que los cuerpos se deslizan con la música, nos unían involuntariamente, y yo sentía ese estremecimiento inexplicable que produce la lucha de la timidez con la audacia, cuando el cuerpo de una mujer joven y linda toca y calcina esta miserable arcilla humana de que están hechos todos los seres desde Satanás hasta San Antonio.

San Luis es mezquina rapsodia ojival, ideada por un arquitecto moderno; por dentro la afea estar pintada de charros colorines; en suma, parece una actriz mundana disfrazada de santa. Pero Lucía halló en el templo una Virgen de Lourdes, que la cautivó sobremanera.

Además, su realización, depende de una condición esencial: mucho dinero. Yo no soy indispensable... Una compañera más mundana, que forme hermosa pareja con usted en esa vida de alegría, no le será difícil encontrar. En cuanto a que yo sea esa compañera, es, actualmente, irrealizable en absoluto, por esta razón convincente y muy sencilla: no tengo dote.

¡Ah, tantos años sin encontrar la verdad! ¡Pero ahora, al menos, la veía ante sus ojos como escrita en letras de fuego sobre el muro: librarse cuanto antes de la pesadumbre de la riqueza, ir en pos de la quietud, de la humildad, del escondrijo espiritual, lejos de la intriga mundana, lejos de los rostros crispados por la codicia y el odio, y dirigir todas las potencias del alma hacia el supremo objetivo de la salvación!

A pesar de todo evitaba cuanto llevaba el sello de la ostentación mundana, distribuyendo las ocupaciones de su existencia entre el cumplimiento de sus deberes de eclesiástico y sus composiciones poéticas.

Su única aspiración mundana era dejar colocaditas a las dos niñas en algún arrecogimiento de los muchos que hay para párvulas de ambos sexos. ¡Y para que se viera su mala sombra!... Había encontrado un alma caritativa, un señor eclesiástico, que le ofreció meter a las nenas en un Asilo; pero cuando creía tener arreglado el negocio, venía el demonio a descomponerlo... «Verá usted, señora: ¿conoce por casualidad a un señor sacerdote muy apersonado que se llama D. Romualdo?

Entonces el poeta animado por el tufillo de gloria que le entraba por la nariz se aventuró a sacar de la cartera una poesía que había terminado el día anterior, aunque adivinase que no era muy a propósito para ser leída en una reunión mundana. En efecto, la poesía se titulaba Mi cadáver. Era una visión fúnebre de lo que sería su cuerpo después de la muerte.

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